El tranvía de La Coruña (A Coruña) es un juguete maravilloso
.
Estando un día en el María Pita, allá por el mes de junio, recién
llegado de Madrid, me asomé a la ventana de la habitación y vi circular un
tranvía precioso por el Paseo Marítimo, bordeando la Ensenada del Orzán. Tenía
una parada a las puertas del hotel. Bajé y esperé.
Mientras llegaba quedé admirado del paisaje de la bahía.
Entretuve mi espera enfocando con mi
cámara la fuente de los windsurfistas, genial, armónica y muy en consonancia
con La Coruña de Vázquez, el mejor alcalde que esta ciudad tuvo en muchos años.
En el horizonte, lejano pero visible, el monte de San Pedro y el Obelisco del
Millenium.
Llegó el tranvía, precioso, con un traqueteo sólido,
haciendo sonar la campanilla de aviso y acertando a parar reciamente que no
brusco, en la reserva de la marquesina; los dos o tres que allí estábamos
subimos. Yo iba encantado pues desde mi última estancia en Colonia no había
montado en un vehículo similar.
Desde allí, bordeando la ciudad, a lo largo del Paseo
Marítimo, fuimos pasando por unos terrenos que hacía pocos años eran
intransitables y peligrosos. La playa de Las Lapas con sus protuberantes
alisos; la Torre de Hércules, tan vieja, tan vigilante. A lo lejos vuelvo a ver
el obelisco, con sus mil y un vidriados tornasoles; los acantilados verdes, bien cuidados. Y el
mar, siempre el mar en esta ciudad que vive de ello, de las pocas que no le dan
la espalda. Pasamos por las dos puntas, la Herminia y la de las Adormideras,
para terminar en la Dársena del Parrote, desde donde se ve, al fondo, el
Castillo de San Antón.
Allí me bajé y encaminé mis pasos hasta los jardines de
Méndez Núñez, donde ya no había estorninos; después fui a la Avenida de los
Cantones, decorada en sus estribos al cielo por esos balcones marquesinas tan
conocidos en las postales de turismo.
Más tarde, ya casi de
noche, me fui a la Plaza de María Pita. En la Taberna de Penela recuperé el
sentir con un buen Ribeiro.
En recuerdo a María Pita, la heroína que en el siglo XVI plantó
cara a Drake, pasando a cuchillo al alférez que capitaneaba el asalto a la
ciudad, provocando con ello la retirada de los ingleses al grito de ¡Quien tenga honra, que me siga! , tomé
unos percebes con mi amigo Juan Ramón que me supieron a gloria.
Al anochecer regresé al hotel.
De A Coruña trájeme recuerdos y dejé amigos que aún
conservo.
En La Coruña, un mes de cierto año feliz
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