Mí querido profesor: me pide Vd. le escriba algo sobre el Parque de María Luisa de Sevilla. Y yo me pregunto ¿qué sé yo de parques, ni de flores, ni siquiera de Sevilla? A mi juventud esplendorosa, cual rosa temprana de un jardín edénico, he de sumar mi sensibilidad por las cosas accesibles, aquéllas que al alma han de llegar pese a los avatares de esta vida, que en mi caso, aún corta, mas rica en sabores rumorosos de ensueños y devaneos, procuro hacer placentera y pródiga en saberes y experiencias.
El origen remoto del Parque, según he leído en algún libro, está en los jardines del Palacio de los Duques de Montpensier y es fruto de la sensibilidad de una persona romántica, amante de Sevilla y amada por Sevilla que lega su afición a la ciudad que supo acogerla.
También he sabido por la ‘tata’ de mis abuelos, que conocí, ya anciana, que el Parque experimentó una metamorfosis, pasando de jardín privado a parque público. Por todo lo cual sufrió una serie de reformas hasta llegar a su actual fisonomía.
Otro libro me descubrió, en enamoradas palabras de espíritu culto, que uno de los rasgos distintivos del Parque es el énfasis que se otorga a las glorietas como espacios de cultura, conteniendo anaqueles que invitan a la lectura. Para satisfacer mi curiosidad he podido comprobar esa manifestación y, aunque no vi libro alguno, sí pude comprobar la existencia de esos receptáculos destinados a acunar libros que después deberían ser acariciados por manos amorosas y protectoras, como el decir del poeta “se me torna celeste la mano, me contagio de otra poesía”.
De la mano de los creadores del Parque, Lecolant, Forestier e incluso los actuales, se lleva a cabo una recreación de todas las tendencias de la jardinería, desde el paisajismo romántico inglés, a la influencia francesa, con importantes y destacadas aportaciones de la tradición hispanomusulmana.
El Parque de María Luisa es una obra de arte, mi querido profesor. Al menos a mí eso me lo parece. Además, su situación a orillas del Guadalquivir, el Wad ‘l-Quevir musulmán (el ‘Gran Río’ yemení), contribuye en no poca medida a potenciar la imagen romántica que a la ciudad se le reconoce. Y esa imagen de romanticismo, a mí, que tengo sangre celta, me transporta a otras latitudes más dolientes y cálidas. Por más que mi espíritu sosegado pretenda domeñar el ensueño que embriaga cada momento de ese discurrir por las avenidas del alma. Y es como si el sol entrase en mi vida por la ventana abierta de mi corazón. De modo que el rosal que en mí hay, se ilumina de flores y rosas de oro. Y el poniente, también de oro y el río que me abraza desde el atardecer de la otra orilla se torna oro, oro de Astarté enamorada, plata de Hércules despechado. ¡Me desespero y mi llanto libera rosas!
Fue con la llegada a Sevilla de los Duques de Montpensier, Antonio de Orleans y Luisa Fernanda de Borbón, el día 7 de mayo de 1848, cuando el futuro de un cantar maravilloso comenzó. En ese acontecimiento hay que situar la simiente de la creación del futuro famoso Parque de María Luisa. Los Duques decidieron comprar el Palacio de San Telmo, propiedad del Estado, que antaño había sido residencia de los obispos de Marruecos, Universidad de Mareantes e Instituto de Segunda Enseñanza. Un edificio tan magnífico merecía un jardín. A tales efectos se compraron las fincas colindantes de ‘La Isabela’ y ‘San Diego’.
El responsable de construir los jardines fue el francés Lecolant, proyectándolos con un trazado de estilo inglés. El arbolado fue la nota predominante, con cuadros de naranjos y arbustos entre sotos y veredas. Profusión de tiestos de flores, invernaderos, terrazas, albercas, fuentes por doquier, cenadores, cabañas, pajareras, jaulas, columnas, vasos, jarras, ruinas, y bancos rústicos. Todo esto denota un fuerte predominio de lo romántico, propio de la época.
El 23 de mayo de 1893 la Infanta María Luisa donó los Jardines de San Telmo a la ciudad de Sevilla. Con esta donación nace el Parque de María Luisa para disfrute de los sevillanos.
El 25 de junio de 1909 se gestó la idea de celebrar una Exposición Iberoamericana en Sevilla. A partir de ahí surge la intención de designar el Parque como lugar central de la magna exposición. Se toma la decisión de reformar el recinto, sin dañarlo y embelleciéndolo.
Aníbal González sería el ejecutor de la parte arquitectónica y para el Parque se gestionó la venida a Sevilla de Jean Claude Nicolás Forestier, ingeniero francés de reconocido prestigio y admirador de España. Forestier acometió el anteproyecto presentándolo al Comité Ejecutivo de la Exposición, que lo aprobó el día 1 de abril de 1911, exigiéndosele cuatro resoluciones:
· Crear un parque para embellecimiento de la ciudad y marco de la Exposición.
· Respetar los árboles altos ya existentes.
· Que el presupuesto aprobado no excediera en más del 5 %.
· Posibilidad de que las dos partes de que constaba el proyecto, es decir, el propio parque y el Huerto de Mariana, pudieran ensamblarse tras la culminación de la efeméride.
Forestier acomete ilusionado el proyecto. Tiene en cuenta el alzado y las plantaciones, respetando la arboleda. Selecciona cuidadosamente las especies, para lo que estudia la flora de Cádiz, Madrid y Málaga. Gusta de agrupar las plantas de una misma especie, huyendo de la plantación a voleo. El agua, elemento esencial en todo jardín, es objeto de su atención, inspirándose en los jardines islámicos de juegos de surtidores para el riego; para las fuentes también sigue a los musulmanes.
La superficie inicial era de 135.829 metros cuadrados, disponiéndose en un perímetro hexagonal irregular, limitado por las avenidas que lo circunvalan. De éstas surgen otras que nos van a introducir al interior del Parque, cuyo corazón está constituido por dos ejes a los que el ‘Estanque de los Patos’ sirve de núcleo. En un mismo eje longitudinal que encierra dos avenidas que discurren por sus lados, se sitúan equidistantes dos composiciones acuáticas: el ‘Estanque de los Lotos’ y la ‘Fuente de los Leones’. La una remata en un banco y la otra en un conjunto constituido por el ‘Monte Gurugú’.
Partiendo desde el Norte hacia el Sur, nos encontramos con el ‘Estanque de los Lotos’, estructura rectangular de grandes dimensiones, en cuyo interior se aloja una isla también rectangular que contiene a su vez un pequeño estanque cuadrangular con una fuente de mármol, jalonado por dos setos rectangulares que enmarcan altos grupos de árboles. Una pérgola doble, de pilares blancos y sección cuadrada y asientos de ladrillo, ocupa los lados menores del estanque y parte de otro mayor situado al Norte. El conjunto deja espacio abierto en el centro para una soberbia explanada, con praderas enmarcadas por setos de pitósporos, evónimos y tuyas, hasta llegar al remate absidal de un banco semicircular de ladrillo, respaldado por un gran seto de tuya.
Siguiendo hacia el Sur, perpendicular al estanque, cruzamos la Avenida de Rodríguez Caso. Tras un parterre rectangular de setos de arabesco enmarcado en cerámica azul y blanca, encontramos una ‘Glorieta Elíptica’ centrada por una fuente-surtidor de forma estrellada. Las entradas al recinto están flanqueadas por unos vasos de piedra adecuados para el exorno floral.
Continuando llegaremos al ‘Estanque de los Patos’, dispuesto en torno a una isleta rodeada por un cauce irregular; la isleta queda unida a ‘tierra firme’ a través de un pequeño puente con barandal de rocalla. En un extremo de la isleta se halla el Pabellón de Alfonso XII, donde el Rey amaba apasionadamente a la infortunada María de las Mercedes, con cúpula enlucida al exterior y mocárabes en su interior, de planta hexagonal, con tejaroz y arcos de herradura labrados en ladrillo, sirviendo la sustentación columnas de mármol.
Prosiguiendo en la misma dirección nos tropezamos con un estanque limitado por bordillos de cerámica sobre los que se disponen tiestos de flores de vivos colores y setos de arrayanes. De los lados de la alberca surgen surtidores manando agua en sensitivos arcos.
Más hacia el Sur toparemos con la famosa ‘Fuente de las Ranas’, de forma circular y revestida de cerámica multicolor. En el centro de la fuente un pato y alrededor del perímetro ocho ranas lanzando agua hacia el pato.
Descenderemos por una escalinata de piedra para encontrar una composición pentagonal donde se disponen preciosos rosales; comprende un estanque alargado bordeado de motivos cerámicos dispuestos en damero blanco y verde, con surtidores. Este estanque da paso a la ‘Fuente de los Leones’, cuatro, esculpidos en piedra y que surten agua por sus fauces abiertas. Todo este conjunto queda enmarcado por un juego de pérgolas enlucidas en blanco, con decoración de cerámica de rombos azules en la parte alta. En los lados de esas pérgolas se disponen bancos de losas rosas ornamentados con cerámica azul y blanca.
Hasta aquí un resumen de algunos de los rincones más interesantes del Parque conforme al trazado de Forestier. Más adelante el Parque se verá ampliado con los proyectos de extensión al Prado de San Sebastián y Huerto de Mariana que verán nacer la Plaza de España y la Plaza de América respectivamente.
Por mis paseos a lo largo y ancho del Parque, he deambulado por un entramado de avenidas y sendas ordenadoras del elemento vegetal que integra el trazado. En cuanto a los árboles figuran los que corresponden a las especies propias del país, y entre los arbustos, he visto arrayanes, evónimos, aspiridas, tamarindos, adelfas, ceanothus, coryopteris, nerlum, ononis, etc. Hay profusión de plantas africanas y europeas; enredaderas: jazmines, campanillas azules y rosales de pitiminí; macizos de magnolias y otros muchos ejemplares exóticos provenientes de China y Japón.
Según he podido saber, en sus primeros años las avenidas del Parque estaban flanqueadas por acacias negras, moreras, plátanos, olmos, fresnos, palmeras y sicomoros. A estas, posteriormente, se añaden sóforas, tuliperos de Virginia, arces y otras muchas. En cuanto a los arbustos los he encontrado de todas las clases, pero sobre todo abundan los que producen flor, de entre los que destaco arbustos de Júpiter, adelfas, abutilones rojos, mirtos, arrayanes, bojes y laureles. Por supuesto la rosa es una repetida explosión por todo el Parque; también pensamientos, lirios, clavellinas y geranios; nenúfares en los estanques. A más abundancia, cientos de macetas de todos los tamaños y formas, alegrando bordillos de fuentes y estanques, gradas de escaleras y desniveles. Una delicia es pasear por entre tanta vida. Tanto es así que se me antoja, casi como Teresa de Alba, ‘la choza del alma se me recoge y reza’.
El empleo de la cerámica está presente en multitud de revestimientos y como elemento decorativo en fuentes como la de ‘las ranas’ (obra de García Montalbán - 1914), según tengo entendido.
No puedo olvidar hacer mención del monumento dedicado a Bécquer, obra de Lorenzo Coullaut Valera, inaugurado en 1911, situado a la entrada del Parque entre la Avenida de Isabel I y la Avenida de María Luisa. Sobre un pedestal, el busto del eximio poeta; al pie sentadas están tres figuras de mujer, ‘el amor que llega’, ‘el amor que vive’ y ‘el amor que muere’. Tras ellas, en bronce, ‘el amor alado’ en dos figuras, la una lanzando una flecha y la otra agonizante. Todo el conjunto queda amparado bajo la sombra de un soberbio taxodio más que centenario.
Tampoco debo pasar por alto el monumento dedicado a Benito Mas y Prat (1924), obra de Castillo Lastrucci. Y como éste, otros dedicados a Pedro Rodríguez de la Borbolla (1923) en la Avenida de los Plátanos, a los hermanos Álvarez Quintero (1925), a Juan Talavera, a Muñoz y Pabón, a Isabel la Católica, a Fernán Caballero, a Gutiérrez de Cetina y a la Infanta María Luisa, obra esta de Enrique Pérez Comendador. Por último la portada principal del Parque, en la Glorieta de San Diego (del Cid), cuya arquitectura fue de Vicente Traver, corriendo las esculturas por cuenta de Manolo Delgado Brackembury (la figura de Hispania) y de Pérez Comendador las estatuas laterales.
Cuando en abril de 1914, el Parque reformado abre sus puertas al público, la superficie total era de 350.000 metros cuadrados.
Complemento del Parque es las plazas de España y la de América, ambas obras de Aníbal González.
La Plaza de América aloja tres edificios singulares: el llamado ‘Pabellón Mudéjar’, el ‘Pabellón Real’ de estilo gótico tardío en ladrillo y con crestería de cerámica y el ‘Pabellón de Bellas Artes’ (hoy Museo Arqueológico) de fábrica neo-renacentista, con arquerías de medio punto y alegorías estatuarias personificando las Artes, la Historia y la Arqueología.
La Plaza de España salva el espacio entre el Parque y el Prado de San Sebastián, con una semi-elipse de 14.668 metros cuadrados de superficie. Se trata de un conjunto monumental inspirado en el Renacimiento y en el Barroco españoles, con empleo del ladrillo casi fundamentalmente. Una ría de unos 15 metros de ancho separa el paseo interior del centro de la Plaza, conectándolo mediante cuatro puentes radiales abalaustrados, con dedicación a Castilla, León, Aragón y Navarra cada uno. Los materiales empleados, aparte el omnipresente ladrillo, hierro forjado y repujado, madera tallada y mármol.
¿Y qué más puedo contarle, profesor? Que el agua es elemento sabiamente administrado en el recinto, en Sevilla, ciudad que sufre sequías impenitentes. Que en Sevilla y por ende en su Parque pueden evocarse las flores, los árboles, los arbustos por doquier, con estanques regueras y fuentes, donde el ruido acariciador del agua refresca los sentidos, en una ciudad que sobrepasa con creces los 40 grados a la sombra en el estío. Son jardines que contienen los bienes del paraíso de l´Alá y en donde yo me sentí, por un momento hurí, apretando contra mi cuerpo el perfumado pecho de mi amado, como los aromas del Parque, a jazmín, retama y madreselva; como las rosas de Mañara, siempre vivas, y olorosas de recuerdos hacia el prójimo; como claveles plantados en mi balcón de la calle de San Diego, exultantes en verano y dormidos al anochecer, para dejar libertad a la dama de noche que embriaga mis sentidos cuando retrocedo en mi pensamiento a las tardes con la abuela, mi trineo infantil de Xanadú. ¡Qué deliciosos recuerdos aporta el Parque de María Luisa a quien sabe dejarse llevar por la brisa!
Como colofón a todo esto que le cuento, quisiera dejar las últimas palabras a quien, con mucha más sensibilidad que yo -¡pobre niña adolescente aún!-, supo penetrar de vida la oscuridad de su tránsito mundano:
...Mis ojos pierdo, soñando,
en el vaho del sendero:
una flor que se moría,
ya se ha quedado sin pétalos;
de una rama amarillenta,
al aire trémulo y fresco,
una pálida hoja mustia,
dando vueltas, cae al suelo.
...Y del fondo de la sombra,
llega, acompasado, el eco
de alguna agua que suspira,
al darle una gota un beso.
(Juan Ramón Jiménez, de ‘Rimas de Sombra’ - Parque Viejo)
BIBLIOGRAFÍA
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Þ “Origen y primeros trabajos de la Exposición Iberoamericana”. Ciaurriz, Narciso (1929).
Þ Documentación de la Exposición Iberoamericana de Sevilla de 1929 (Hemeroteca Municipal de Sevilla).
Þ “Plantas y Jardines de Sevilla” - Elías Bonells, José (Delegación de Parques y Jardines, 1983).
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Þ “Aníbal González arquitecto (1876-1929)” - Col. Arte Hispalense, Publicaciones de la Excma. Diputación de Sevilla, 1973.
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En Sevilla, hace muchos años
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