Anoche vi en televisión el tan
cacareado debate a dos de estas próximas elecciones generales. Como es evidente
saqué alguna conclusión.
Debo reconocer que no soy
adicto a la TV por definición y que el sólo hecho de haber estado más de dos
horas delante de un televisor, ya de por sí me produce dolor de cabeza,
malestar y unas cuantas cosas más.
Para rematar lo dicho, la
política que se practica en España es cualquier cosa menos política. Los
adversarios parecen más leones enjaulados o gladiadores de un circo romano que
políticos serios. Si a todo esto le añadimos lo que viene llamándose el “Quinto
Poder”, es decir, la manipulación de las masas a través de la televisión y de
las Redes Sociales en Internet que, a su vez, proceden acorde al dictado de tal
o cual ideología, la tarta está hecha.
Yo no vengo aquí a defender a
nadie. Tampoco a incriminar ni siquiera a afear la conducta a nadie. Pero sí
quiero hacer un somero análisis de lo que mis ojos vieron y mis oídos
escucharon. Todo eso llegó a mi mente y es mi cerebro, como suele, el que me
obliga a decir lo que ahora pretendo.
En primer lugar, entiendo que
algo como lo de ayer, que está (o debería estar) pactado, no puede convertirse
en un cuadrilátero donde dos púgiles arremeten el uno contra el otro como si de
ganar un premio de boxeo se tratara. Ayer lo que vimos fue lo más parecido a
eso.
Tampoco es correcto, desde mi
punto de vista, llegar a una cita semejante, con las pistolas cargadas con un único
tipo de bala y no dejar de disparar hasta que el cargador se vacíe o el tiempo
dé por muerto al contrincante.
Y, por último, llegar al
insulto personal no sólo es miserable, deleznable y ruin, como advirtió el
Presidente del Gobierno de España –aunque en política, al parecer, hoy todo
vale-.
Como conclusión al
planteamiento de estas tres premisas se debe decir, y yo así lo hago, que el
candidato a la presidencia por el PSOE, que sabe perfectamente (y si no lo sabe
ya es hora que alguien de los suyos se lo diga) que no va a llegar a ser
Presidente del Gobierno, trató por todos los medios y de manera machacona,
apabullar a un Presidente que es mucho más decente y honesto que él.
Apabullarlo sí lo consiguió,
pero eso, a mi entender, no es hacer política sino huir hacia delante porque
alguien hay, que no es precisamente Rajoy, que anda tras de él pisándole los
talones y hurtándole votos a espuertas.
Los argumentos esgrimidos por
el señor Sánchez son banales y vayamos a ver si no inventados. Los de Rajoy
están basados en datos fidedignos que emanan, se supone, de la Administración.
Llevar una carta de una ciudadana de Valladolid quejándose de que la aportación
por su desempeño en labores de dependencia le ha sido recortada, ni es serio,
ni merece la pena pararse en ello.
Otra cosa sea que, el daño
causado por una persona, a la que Rajoy encumbró en el Partido y que resultó
ser un golfo, no un criminal o delincuente, como aseveró Pedro Sánchez, le haya
hecho al Partido Político que él preside más daño que todos los recortes.
Los recortes son debido a una
herencia socialista dejada por el anterior Presidente de Gobierno, que no supo
o no quiso hacer las cosas bien; no obstante, y en honor a la verdad –a la mía-
reconozco que Rodríguez Zapatero, muy lejano a mis ideas, fue un político honesto,
aunque bastante equivocado. Y que, con él, es decir, con Rodríguez Zapatero,
los españoles hemos llegado a los niveles de corrupción, desempleo y hartazgo
de la política más elevado en toda la historia de la democracia española.
Dicho esto, nada o casi nada
queda. ¿Quién ganó el debate? Creo que lo perdimos todos. Ni siquiera los llamados
“emergentes”, es decir, Podemos y Ciudadanos salen ganando, como algunos han
llegado a afirmar con frivolidad.
El problema de España es una
lacra que está cautiva bajo una gran losa de nostalgia, por un lado, arribismo
por otro y despreocupación intelectual por los ciudadanos.
Nací antes de la Transición y
he vivido todas y cada una de las vicisitudes de este período de la historia de
España, por lo que nadie puede contarme milonga alguna. Mas sí he de denunciar
que los españoles somos un pueblo cainita en donde la codicia, el desprecio
hacia el prójimo y la poca vergüenza, unido todo a un nivel cultural muy bajo,
abundan en demasía. Aquí se llora cuando el agua te ha llegado al cuello. Aquí
se utiliza la desgracia de la gente para enarbolar banderas de unidad y pseudo-amor
hacia esa gente. Aquí tenemos un sistema que hace aguas, no ya por la
corrupción, que existe en todas partes -y seguirá-, sino porque desde el primer
mandatario de la nación, pasando por los reyezuelos de taifas de las
Autonomías, Alcaldes y demás especies políticas, han entendido esta como su
medio de vida. Y eso no debe ser así, ni sucede en ninguna parte del mundo,
salvo en países tercermundistas o en repúblicas bananeras caribeñas o de la
Pampa.
Desde mi punto de vista,
anoche perdimos todos los españoles, repito; y hasta Podemos y Ciudadanos
debieron quedar maltrechos. Con semejantes mimbres es imposible reconstruir
nada.
M. F. Bono_ en Sevilla, el día
después