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lunes, 14 de diciembre de 2015

Don Crispín el Temoso

Don Crispín Cebollero y Matarrubia, de profesión pichelero, en absoluto pugnaz en su trato, casado en segundas nupcias con doña Filomena Martínez de Rabayón, de soltera Filo la Helgada, ha sido protagonista de un incidente ocurrido en el conocido Café Gijón de Madrid.

Los sucesos se produjeron a consecuencia de la pichicharra que engarró el tal Crispín Cebollero, más conocido en su barrio del Retiro como Crispo el Temoso, de no abandonar el local que da cobijo a la turba de artistas, literatos, musas y otros semovientes que por allí hacen boruca.

La presencia en el establecimiento de la policía municipal, a la que se requirió en un primer envite, no tuvo el efecto ansiado; el cabo Ciríaco Tejeringo Gómez argumentó, que en el reglamento del cuerpo no existe precepto alguno que determine la intervención de los guindillas mientras no se barafuste ni se arme trepe.

- ¡Vamos, que tiene que haber sangre!
- Pues, sí señor.

Ante el chasco se llamó a los bomberos.

- Pues, mire usted: tampoco se pudo conseguir gran cosa. Intentaron ajorrar al Temoso y, ante la renitente actitud de éste desistieron.

 Don Crispín riló y como gato agostizo quedó hecho un fardel.

- ¡Fíjese usted qué cosa!
- Pues sí, tiene usted toda la razón.
- ¿Y qué pasó?
- Se llamó a Protección Civil, que están para eso.
- Llegarían los protectores dispuestos a todo, ¿no cree usted?
- Está usted en lo cierto, mi querido amigo.

Dos psicólogos y otro, que no sé si era también psicólogo, se aproximaron al Temoso, perdón, a don Crispín, en actitud dialogante y fraternal, tratando de persuadir al morueco. Éste se hacía el roncero. Los psicólogos rocigaban entre ellos y se intercambiaban escuchitos. Circuyeron a don Crispo y con dilección estuvieron hablando un buen rato. Mientras, los mirones, opilando la puerta, tratábamos de pescar algo, sin resultado. Los camareros cruzaban los dedos, ansiosos de que aquel pelma se fuese de una vez. Alfonso hacía rato que había cerrado el retablo de las maravillas y se había dado el piro.

Eran las cinco de la mañana cuando don Crispo abandonaba el local, flanqueado por los samaritanos de Protección Civil, y arriendado por fin.

Don Crispín Cebollero y Matarrubia, alias Temoso, encaminó su andar, Alcalá arriba; cruzó Independencia por la embocadura de Alfonso XIII; y por O´Donnell, rozando la verja del Retiro, torció por Menéndez y Pelayo hasta llegar a Menorca, su domicilio, donde la Filo estaría espatarrada en el lecho, y le recibiría con cierto desabrimiento.

Esto pensando, cuando traspasaba el zaguán, un ligero orvallo caía del cielo y, allá a lo lejos, por el camino de la sierra, lostregaba sin cesar.


                                                         Madrid, 10 de agosto de 2001

España a la deriva: detrás llegará Europa

La música de Beethoven y las palabras de la Biblia me dijeron una misma cosa; eran agua de un solo manantial..., del único manantial del que brota el bien para el hombre.

Me di cuenta, señor Ministro, que su discurso y el de sus colegas gobernantes, no proceden de ese manantial, que carecen de lo que puede dar importancia y valor a la palabra humana. Les falta amor, les falta humanidad.

Los pueblos siempre estuvieron repletos de tontos ignorantes. Poco me importa que hoy haya muchos entusiasmados con lo que ayer pasó. También votaron con ardor por Barrabás, cuando pudieron elegir entre Jesús y el asesino. Tal vez sigan siempre votando por Barrabás. Pero eso no es motivo para votar con ellos.

El problema en España es que todos son Barrabás y no hay ningún Jesús.

M. F. Bono_Punta Umbría


Júpiter y la vida en la Tierra

Como una gigantesca bola de demolición, durante la infancia del Sistema Solar, Júpiter avanzó hacia el Sol desde el extrarradio donde se había formado. El empujón de aquella masa gigantesca arrasó una primera generación de planetas, algo más grandes que la Tierra y con atmósferas más densas, muy distintos de los que hoy ocupan las primeras filas en torno a nuestra estrella. Sacados de sus casillas orbitales, comenzaron a chocar entre ellos y acabaron hechos añicos y lanzados contra el Sol. Con los escombros de aquel derribo, se formaron los planetas terrestres actuales, de Mercurio a Marte, más pequeños y con atmósferas menos densas que las habituales en otros sistemas planetarios conocidos.

Esta es la hipótesis planteada esta semana por un equipo de investigadores de EE UU en la revista PNAS para explicar por qué el Sistema Solar es distinto a los cientos de sistemas planetarios descubiertos durante los últimos años. En estos mundos lejanos descubiertos por telescopios como Kepler, la masa de los planetas terrestres cercanos a su estrella es mayor que la de los solares. Además, normalmente, en estos sistemas hay al menos un planeta mayor que la Tierra orbitando a una distancia menor que Mercurio y en general se encuentran más próximos a su estrella.

Los cambios provocados por Júpiter hacen que la atmósfera de la Tierra sea diferente a la de otros sistemas planetarios.

Las simulaciones propuestas por los científicos de la Universidad de California en Santa Cruz y el Instituto Tecnológico de California (EE UU) sugieren también que hubo un segundo movimiento que permitió la aparición de los planetas terrestres que conocemos. Durante aquellos primeros millones de años de vida del Sistema Solar, cuando Júpiter parecía lanzado hacia una colisión ineludible contra el Sol, apareció un segundo gigante que detuvo la caída. El planeta de los anillos se formó más tarde, pero fue atraído a mayor velocidad hacia la estrella de tal manera que acabó atrapando a su hermano mayor.

Cuando los dos planetas estaban lo bastante próximos, quedaron trabados en lo que se conoce como resonancia orbital. Cada vez que Júpiter completaba una vuelta en torno al Sol, Saturno completaba dos, produciendo un tirón mutuo acompasado, como una madre que impulsa a su hija en un columpio, que detuvo el avance de los dos objetos. En ese punto comenzó un retorno, desde las 1,5 unidades astronómicas de distancia mínima hasta el Sol (una unidad astronómica es la distancia que separa el Sol de la Tierra), hasta las 5 de la actualidad.

Con esa retirada, fue posible que los restos de la escabechina que había provocado el ataque inicial de Júpiter sobreviviesen para formar los planetas terrestres actuales. Según explican los autores, su hipótesis requiere varios millones de años para que los trozos de planetas fruto de la primera destrucción se volviesen a reunir. Esto cuadra con los datos que sugieren que la Tierra se formó entre 100 y 200 millones de años después de la aparición del Sol. Además, la formación del planeta tiempo después de que se disolviese la nube de hidrógeno y helio en la que surgió el Sistema Solar, explicaría por qué la Tierra no contiene hidrógeno en su atmósfera.

La aparición de la Luna tras un choque catastrófico facilitó la aparición de la vida en la Tierra.

Por último, el camino de ida y vuelta de Júpiter acabó produciendo una peculiaridad más del Sistema Solar frente a la mayoría del resto de sistemas conocidos: la existencia de dos gigantes gaseosos muy alejados de la estrella. En el también improbable caso de que estos monstruos existan, suelen encontrarse próximos a su astro.

El estudio publicado en la revista PNAS sugiere que el entorno planetario en el que surgió la vida puede no ser tan común. Además, en el caso de la Tierra, habría que contar con otro fenómeno desastroso que acabó creando unas condiciones favorables para el desarrollo de los seres vivos. Hace 4.500 millones de años, cuando se estaban empezando a formar de nuevo planetas a partir de los restos que quedaron tras el empujón de Júpiter, la Tierra colisionó con otro cuerpo menor. Del choque, que prácticamente destruyó nuestro planeta, surgió la Luna. Este satélite, mucho mayor en relación al planeta que orbita que otros objetos similares del Sistema Solar, estabilizó el eje de la Tierra frente a las influencias gravitatorias del Sol o Júpiter, que lo habrían convertido en un mundo inhóspito con cambios de temperatura brutales en periodos relativamente cortos.


Así, dos sucesos desastrosos pudieron convertir el Sistema Solar en un lugar peculiar donde pudo aparecer un planeta de circunstancias infrecuentes como la Tierra en el que apareció algo tan extraño (por lo que se conoce hasta ahora al menos) como la vida.