Como una gigantesca bola de demolición,
durante la infancia del Sistema Solar, Júpiter avanzó hacia el Sol desde el
extrarradio donde se había formado. El empujón de aquella masa gigantesca
arrasó una primera generación de planetas, algo más grandes que la Tierra y con
atmósferas más densas, muy distintos de los que hoy ocupan las primeras filas
en torno a nuestra estrella. Sacados de sus casillas orbitales, comenzaron a
chocar entre ellos y acabaron hechos añicos y lanzados contra el Sol. Con los
escombros de aquel derribo, se formaron los planetas terrestres actuales, de
Mercurio a Marte, más pequeños y con atmósferas menos densas que las habituales
en otros sistemas planetarios conocidos.
Esta es la hipótesis planteada esta semana
por un equipo de investigadores de EE UU en la revista PNAS para explicar por
qué el Sistema Solar es distinto a los cientos de sistemas planetarios
descubiertos durante los últimos años. En estos mundos lejanos descubiertos por
telescopios como Kepler, la masa de los planetas terrestres cercanos a su
estrella es mayor que la de los solares. Además, normalmente, en estos sistemas
hay al menos un planeta mayor que la Tierra orbitando a una distancia menor que
Mercurio y en general se encuentran más próximos a su estrella.
Los cambios provocados por Júpiter hacen que
la atmósfera de la Tierra sea diferente a la de otros sistemas planetarios.
Las simulaciones propuestas por los
científicos de la Universidad de California en Santa Cruz y el Instituto
Tecnológico de California (EE UU) sugieren también que hubo un segundo
movimiento que permitió la aparición de los planetas terrestres que conocemos.
Durante aquellos primeros millones de años de vida del Sistema Solar, cuando
Júpiter parecía lanzado hacia una colisión ineludible contra el Sol, apareció
un segundo gigante que detuvo la caída. El planeta de los anillos se formó más
tarde, pero fue atraído a mayor velocidad hacia la estrella de tal manera que
acabó atrapando a su hermano mayor.
Cuando los dos planetas estaban lo bastante
próximos, quedaron trabados en lo que se conoce como resonancia orbital. Cada
vez que Júpiter completaba una vuelta en torno al Sol, Saturno completaba dos,
produciendo un tirón mutuo acompasado, como una madre que impulsa a su hija en
un columpio, que detuvo el avance de los dos objetos. En ese punto comenzó un
retorno, desde las 1,5 unidades astronómicas de distancia mínima hasta el Sol
(una unidad astronómica es la distancia que separa el Sol de la Tierra), hasta
las 5 de la actualidad.
Con esa retirada, fue posible que los restos
de la escabechina que había provocado el ataque inicial de Júpiter
sobreviviesen para formar los planetas terrestres actuales. Según explican los
autores, su hipótesis requiere varios millones de años para que los trozos de
planetas fruto de la primera destrucción se volviesen a reunir. Esto cuadra con
los datos que sugieren que la Tierra se formó entre 100 y 200 millones de años
después de la aparición del Sol. Además, la formación del planeta tiempo
después de que se disolviese la nube de hidrógeno y helio en la que surgió el
Sistema Solar, explicaría por qué la Tierra no contiene hidrógeno en su
atmósfera.
La aparición de la Luna tras un choque
catastrófico facilitó la aparición de la vida en la Tierra.
Por último, el camino de ida y vuelta de
Júpiter acabó produciendo una peculiaridad más del Sistema Solar frente a la
mayoría del resto de sistemas conocidos: la existencia de dos gigantes gaseosos
muy alejados de la estrella. En el también improbable caso de que estos
monstruos existan, suelen encontrarse próximos a su astro.
El estudio publicado en la revista PNAS
sugiere que el entorno planetario en el que surgió la vida puede no ser tan
común. Además, en el caso de la Tierra, habría que contar con otro fenómeno
desastroso que acabó creando unas condiciones favorables para el desarrollo de
los seres vivos. Hace 4.500 millones de años, cuando se estaban empezando a
formar de nuevo planetas a partir de los restos que quedaron tras el empujón de
Júpiter, la Tierra colisionó con otro cuerpo menor. Del choque, que
prácticamente destruyó nuestro planeta, surgió la Luna. Este satélite, mucho
mayor en relación al planeta que orbita que otros objetos similares del Sistema
Solar, estabilizó el eje de la Tierra frente a las influencias gravitatorias
del Sol o Júpiter, que lo habrían convertido en un mundo inhóspito con cambios
de temperatura brutales en periodos relativamente cortos.
Así, dos sucesos desastrosos pudieron
convertir el Sistema Solar en un lugar peculiar donde pudo aparecer un planeta
de circunstancias infrecuentes como la Tierra en el que apareció algo tan
extraño (por lo que se conoce hasta ahora al menos) como la vida.
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