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jueves, 7 de septiembre de 2017

CÓMO Y PORQUÉ MUEREN LOS ESTADOS


Toda mi vida me la he pasado tratando de averiguar lo que separa la apariencia de la realidad. Cuando a la vejez uno recuerda que ha viajado, conocido, hablado con miles de seres humanos, sufrido, reído, llorado y meditado, llega a ser un escéptico y termina por afirmar que nada es lo que parece ser. Y de esto es de lo que voy ahora a escribir.
Fue el filósofo Heráclito aquél que dijo que todo fluye y que nunca puedes bañarte dos veces en el mismo río. Eso quedó grabado en mi memoria para siempre: hablaba de lo efímero de la vida.
“Me dijeron, Heráclito, me dijeron que estabas muerto.
Me hicieron escuchar noticias y verter amargas lágrimas.
Lloré al recordar cuántas veces tú y yo
Habíamos cansado al Sol hablando y lo habíamos hundido en el cielo.
Y ahora que descansas, mi querido y viejo huésped cario,
Puñado de grises cenizas, en paz desde hace mucho, mucho tiempo
Están aún tus agradables voces, tus ruiseñores, despiertos;
Pues la muerte se lo lleva todo, pero con aquello no puede.”

Por una gran variedad de causas y motivos mueren los Estados. Yo creo que existen patrones que hacen posible esa extinción. Sin embargo, los historiadores no se ponen de acuerdo y optan por analizar antes de categorizar.

Las patologías políticas se presentan bajo muchas formas. Pero aquí no se trata de revolución, ni de cambio de régimen, ni siquiera del fracaso de un sistema. Hay que ser mucho más conscientes de lo que ofrece la realidad y no dejarse llevar por el corazón o los ideales absurdos que a nada conducen, pues revolución y cambio de sistema se refieren a acontecimientos en donde se derriba un orden social concreto o un gobierno; pero el territorio en sí no queda afectado. Un fracaso de un sistema hace referencia a algo que deja de funcionar eficazmente, pero puede continuar, aunque sea a trompicones.

A los filósofos siempre les ha interesado esta cuestión. Ya en la antigua Grecia describían al Estado como una creación de la naturaleza y al hombre como a un animal político, algo que en pleno siglo XXI, algunos continúan pensando. Según Aristóteles, los Estados, como cualquier otra forma de vida natural, eran susceptibles a los ciclos de la vida: nacimiento y muerte.

Hobbes fue más explícito. En su Leviatán explicó los desastres internos que tienden a la disolución del Estado. En la guerra, sea exterior o civil, cuando termina, siempre hay un vencedor y un vencido; como no hay una protección posterior de los súbditos, el Estado queda disuelto. Nada de lo que los hombres hacen puede ser inmortal. [Thomas Hobbes: “Leviatán: o la materia, forma y poder de una república eclesiástica y civil”]

En “El contrato social”, Rousseau llegó a la misma conclusión: “Si Esparta y Roma han perecido ¿qué Estado podría esperar subsistir para siempre? El cuerpo político, igual que el cuerpo humano, comienza a morir desde su nacimiento y lleva en sí las causas de su destrucción… El Estado mejor constituido morirá.”

En el Banquete de Baltasar, el Profeta Daniel descifró la escritura que había en la pared: “mene, tequel, parsin …”: “Dios ha numerado tu reino, y le ha puesto término…”

Santo Tomás de Aquino, en su Summa Theologica, estableció cuestiones políticas como el nacimiento y disolución de los Estados en el campo de la ley universal o natural, lejos de la ley divina.

Thomas Cromwell, en su Acta de Supremacía de Enrique VIII, intentó negar el vínculo entre la autoridad real y las enseñanzas católicas, inventado un nuevo esquema de la historia inglesa.

En el siglo XIX, anarquistas como Proudhon o Bakunin, creían que todo tipo de gobierno era malo; en consecuencia, pensaron que la destrucción del Estado era admisible.

Los marxistas hablaban en términos parecidos, pero con objetivos diferentes. Marx negó que aspirara a la destrucción completa del Estado; Engels describió la atrofia del Estado en un momento tardío, cuando las raíces del conflicto de clases hubieran sido eliminadas. Pero Lenin, en su “El Estado y la revolución” (1917) llamó abiertamente a la destrucción del Estado burgués como preludio a la dictadura del proletariado.

Conforme la historia del mundo se va desarrollando, surgen nuevos conceptos. En los últimos tiempos, se ha acuñado otra expresión sugerente al respecto de este tema: “Estados fallidos”. Es confuso, pues esos Estados fallidos, aún no han ido a caer en una fosa del cementerio. Mejor habría que llamarlos “Estados en quiebra”, pues corren el riesgo de desintegrarse. Desde el año 2005 se ha publicado un índice anual de 60 de estos inválidos, basado en mediciones cuantitativas por sus penurias de todo tipo y clasificando su estado como crítico, en peligro o al límite. Somalia, el Chad y Sudán encabezan dicho índice en el año 2010. En Europa estaban Georgia, Azerbaiyán; Moldavia y Bosnia-Herzegovina.

Tal y como va el mundo, además de disolución, hay que pensar en destrucción, ajamiento, extinción, fallecimiento, muerte, quiebra, desintegración y otras variantes similares.
El término Estados Extintos ha ganado aceptación; una página web enumera no menos de 207 Estados de estas características en el pasado de Europa, algo que nos puede dejar perplejos.


John Locke siguió una línea parecida a la de Hobbes en sus “Dos tratados sobre el gobierno civil”. Argumentó que la invasión de una fuerza extranjera era la vía ordinaria por la cual el Estado se disuelve; y, además, los gobiernos pueden disolverse por desórdenes acaecidos en lo interior, explicando las circunstancias por las que esto puede suceder.

Los internacionalistas prefieren una forma dual que distinga lo voluntario de lo involuntario.
La extinción voluntaria fue ejemplificada en las islas británicas, donde los reinos de Inglaterra, Escocia e Irlanda se extinguieron como Estados, para crear el Reino Unido. La destrucción sistemática de Polonia en 1795 ilustra la extinción involuntaria.

En el siglo XXI los expertos coinciden en que los factores externos, internos, voluntarios e involuntarios son cuestionables y que los esquemas duales no sirven. Al parecer hay cinco procesos diferentes: implosión, conquista, fusión, liquidación y mortalidad infantil.

La Unión Soviética implosionó. Pudo haber presiones externas, pero lo esencial sigue siendo una disfunción en el interior; se crea un vacío, las partes constituyentes se separan y el conjunto se destruye. Algo así sucedió en Moscú en otoño de 1991. El sistema político soviético se sustentó en torno a la dictadura centralizada del Partido Comunista y una economía planificada. Cuando Gorbachov perdió la capacidad de mando, todas las estructuras del Partido dejaron de funcionar. Quedaron huérfanas 15 Repúblicas que fueron empujadas a dar el paso final, más allá del fracaso sistémico. La implosión es equivalente a una muerte natural. Los politólogos señalan razones económicas, aunque hay quien no olvida la ausencia ideológica creada por la decisión de Gorbachov de poner fin a la Guerra Fría. Otros señalan la revuelta de las nacionalidades que condujo al fallido golpe de Estado de 1991. Todas estas causas fueron posibles y necesarias; pero la incógnita queda sin respuesta: ¿por qué la compleja maquinaria del Partido no supo reaccionar?

Yugoslavia es otro caso. La Federación fue dividiéndose por etapas entre 1991 y 2006, con muchos rasgos comunes a los de la URSS. El poder se apartó de Belgrado, como en Moscú, conforme las repúblicas hacían caso omiso del centro. Sin embargo, las instituciones del Estado se reorganizaron, preparándose una acción a retaguardia desde el centro, bajo control serbio, para frenar las tendencias separatistas. Pero la brutal represión serbia para salvar la Federación hizo más daño, pues cuanto más se embravecía Milosevic, tanto más se revolvían las repúblicas constituyentes, incluyendo al mejor aliado de Serbia que era Montenegro. ¿Fue una explosión?

El Imperio Austro Húngaro sería otro caso de implosión. En 1918 las presiones externas eran evidentes. Pero pese a la derrota en la Primera Guerra Mundial, el Imperio sobrevivió y así se mantuvo hasta la caída de la autoridad imperial. Después de firmarse la paz en el frente oriental en marzo de 1918, el corazón del Imperio no corría peligro ante la invasión de fuerzas externas. El conflicto en el frente italiano era una cuestión regional. Pero en los meses sucesivos, los Habsburgo y su funcionariado perdieron el control. Para el mes de octubre, el mandato del emperador no se aplicaba, y las provincias imperiales empezaban a tomar sus propias decisiones. Galitzia no se rebeló, fue Viena asediada por republicanos austro alemanes, la que la abandonó a su suerte. A falta de cualquier guía, se desintegró en medio de un caos general.

Como bien observó Locke, la invasión extranjera representa la causa más habitual de la muerte de un Estado. El reino de Tolosa, Borgoña, el Imperio Bizantino, la confederación de Polonia-Lituania y Prusia (como parte del III Reich) fueron todos destruidos por conquista. Pero los conquistadores no siempre acabaron con el adversario. Las particiones de Polonia-Lituania bien pueden relacionarse con una campaña de acoso y derribo que terminó con el asesinato del maltratado inválido. Polonia-Lituania fue la víctima de una decisión política: amputaciones, mutilaciones y desmembramiento total. ¿La excusa?: el paciente no se encontraba bien. Muerte por causas no naturales.

Caton podía gritar ¡Delenda est Carthago! hasta desgañitarse, pero los senadores no tenían porqué seguir el consejo.

En el caso de Prusia, las potencias aliadas esperaron casi dos años, después de 1945, para asestar la puntilla.

En otros casos los países pueden ser conquistados, ocupados, absorbidos y después, revivir. Rousseau era consciente de esto. Y cuando se le pidió un análisis del aprieto en que se encontraba Polonia-Lituania, dijo: “Es probable que se os coman enteros”; “por ello, deberíais aseguraros de que no os digieran.” Esta experiencia encaja con la invasión de Estonia, Letonia y Lituania en 1940 por parte de la URSS: no digirió a ninguna. Cincuenta años más tarde volvieron a salir de la barriga de la ballena de Jonás, maltrechas pero intactas.
Algunos Estados como la Suecia del siglo XVIII o la España del XIX, pueden decaer y degradarse hasta convertirse en pieza fácil de cacería para otros. Sobreviven porque nadie se toma la molestia de acabar con ellos. ¿Por qué? Es un factor geopolítico. Los Estados que ocupan espacios cruciales no tienen esa suerte, y ni la Suecia del siglo XVIII ni al España del XIX, estaban situadas en espacios cruciales para los otros.

La liquidación es un concepto fácil de comprender en el derecho empresarial, y podemos aplicarlo, analógicamente, a las circunstancias particulares en las que una entidad estatal se suprime deliberadamente. Como ejemplo valga el acuerdo alcanzado en Checoslovaquia en 1993. Desde entonces, tanto la República Checa como la República de Eslovaquia son Estados Soberanos y buenos vecinos dentro de la UE.

Por supuesto, la cuestión más delicada es determinar qué liquidaciones son verdaderamente consentidas y cuáles no. Un ejemplo clásico de gansterismo fue la “Gran Asamblea Nacional”, cuyos miembros cuidadosamente escogidos permitieron que, en noviembre de 1918, Serbia se hiciera con el reino de Montenegro y lo liquidara con medios democráticos espurios. Las potencias aliadas miraron, una vez más, para otro lado. La única persona que algo dijo fue Lord Robert Cecil que calificó a los delegados serbios como “banda de maquinadores deshonestos y homicidas”.

Otro caso se dio en 1940, cuando la toma de los Estados bálticos por parte de los soviéticos, acompañada de una invasión militar, referendos amañados y perplejidad internacional. Se escogieron delegados, se hicieron desfiles con retratos de Stalin. La gente estaba aterrorizada. Los críticos fueron eliminados. Y el resultado se sabía de antemano: se dijo al mundo que los castigados países habían solicitado con júbilo a Moscú su ingreso en la URSS. Durante el proceso se liquidaron las repúblicas burguesas. Aquí podríamos hablar de suicidio por coerción.

Existe otra categoría que, podría describirse como mortalidad infantil. Para poder sobrevivir, los Estados recién nacidos precisan un conjunto de órganos internos viables, que incluya un ejecutivo que funcione, unas fuerzas de defensa, un sistema de ingresos y un cuerpo diplomático. Si no tienen ninguna de estas cosas, carecen de medios para sustentar una existencia autónoma y perecen antes de poder respirar. La “república de un día” en la Ucrania Carpática ilustra muy bien este punto. Su ejecutivo no hizo nada aparte de proclamar la independencia: nació muerta.

Nunca un Estado es más vulnerable que en los primeros días de su existencia. Los buitres empiezan a sobrevolar el posible cadáver. Muchas de estas criaturas flaquean porque son incapaces de mantenerse sin el apoyo de sus padres. Todas las creaciones napoleónicas, como el Reino de Etruria, pertenecen a esta categoría.

Otros se hunden porque el entorno político, militar o económico es demasiado hostil: como ejemplo sirva el de la República Nacional Bielorrusa de 1918 o la República Nacional Ucraniana de la misma época.

El éxito en la constitución de un Estado requiere prosperidad y vigor, buena suerte, buenos vecinos y cierto rumbo que le ayude a medrar y a alcanzar la madurez. Las que han fallado en esto, todas sin excepción, dejaron de existir y no han dejado huella.

Así ha funcionado el Mundo desde tiempos inmemoriales. Y así continuará.

Menos mal que la vida de cada ser humano es muy corta, también efímera, pero con la ventaja de que puede librarse de vivir estos acontecimientos tan lamentables. La muerte es una liberación para muchos, si no para todos.

[Bibliografía: Aristóteles, “Política” – Thomas Hobbes, “Leviathan – J.J. Rousseau, “El contrato social” – Apocalipsis 18: 2,6 – San Agustín, “La ciudad de Dios” – T. Gilby, “The Political Thought of Thomas Aquinas” – Edwiin Jones, “The English Nation” – Engels, “Anti-Dühring” – Lenin, “ On the Eve of Revolution”, en su “State and Revolution” – Robert Miller, “The Implosion of a Superpower” – Laura Silver y Allan Little, “The Death of Yugoslavia” – Mark Cornwall, “The Last Years of Austria-Hungary” – Oszkar Jaszy, “The Dissolution of the Hasburg Monarchy” – Norman Davis, “God’s Playground; A History of Poland]

Adenda:
Somalia, el mejor ejemplo de un Estado fallido
El país africano no tiene un gobierno efectivo desde 1991, cuenta con dos regiones independientes y el sur está controlado por una milicia islamita.

Son siempre las mismas caras, las mismas miradas, los mismos ojos, la misma extrema delgadez, las bocas abiertas, las moscas rondando; pero nos siguen impactando. La hambruna del cuerno de África, ahora en Somalia. Un país costero, bañado por el Índico y con fronteras interiores con Etiopía y Kenia. En este punto, en el sur del país, en la frontera con Kenia es donde Naciones Unidas ha decretado el estado de hambruna.

La situación de Somalia, el mejor ejemplo de Estado fallido puede resumirse en tres ejes. En primer lugar, no tiene un gobierno efectivo desde 1991, cuando el presidente elegido fue derrocado por varios clanes opositores. En segundo lugar, la milicia islamita y un gobierno de transición apoyado por Naciones Unidas se disputan el control del país desde hace años. Y finalmente, hay dos regiones, Somalilandia y Puntlandia funcionan de forma totalmente independiente.

Esta es la foto actual de un país creado en 1960 a partir de un protectorado británico y de una colonia italiana. En la década de los 70, bajo el paraguas de la Guerra Fría cayó bajo el manto protector soviético, y en los 90, tras la caída del presidente, llegó el caos (con la intervención de Estados Unidos incluida), del que pudieron salir en 2004, con la firma de un acuerdo para formar un gobierno de unidad.

Pero sólo dos años después, grupos islamitas toman el control de la capital, primero, y de la mayor parte del territorio en los años sucesivos, hasta que en 2009 la milicia de Al Shabab, que ya manda en casi todo el país, admite sus vínculos con Al Qaeda.

Pese a los esfuerzos de Naciones Unidas, que mantiene su apoyo a un débil Ejecutivo de transición nombrado en 2009 y que sólo controla, dicen, algunos barrios de la capital, el desgobierno sigue mandando y deja hueco para la piratería y la violencia, complicando ahora la respuesta ante la peor sequía en 60 años.

[Fuente: SER_Rafa Panadero]