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viernes, 2 de marzo de 2012

El Café Gijón


La Cibeles sin agua; y el calor de agosto que todo lo penetra. Es de noche y el paso entrecruzado de vehículos distrae al que pacientemente aguarda el autobús. La furia de un motorista rompe, por un momento, la curiosa armonía de unos que van y otros que aparecen, Alcalá arriba o al contrario.

Por Recoletos, desde la monumental plaza que conmemora la gesta de Colón, y, además, sirve de prólogo a la Castellana, una linda guagua, roja y brillante -nectarina madura-, aproxima a la acera del bulevar su carga de turistas abobalicados, casi coritos por el calor que no acostumbran. Están de moda estos mastodontes de dos pisos. Por unos duros te pasean por el Madrid histórico, por el Madrid monumental o por el Madrid abucheado de fluorescentes que reclaman la atención hacia tal o cual marca: la sociedad consumista del siglo XX se ha instalado, con premura y diligencia, como aldabillo en el matacán de la globalización del siglo XXI. Nadie puede con esta Revolución.

Hace unos años, no muchos, todavía podíamos soñar con hacer las revoluciones en los cafés. Y muchos de nosotros creíamos que el mundo iba a cambiar gracias a ese esfuerzo intelectual y cafeteril.

En las tertulias del Gijón se ha estrujado la mocha más de uno, se ha hablado con altivez y recancanilla a destajo, y se ha remejido a gusto la existencia, el marxismo y otros ismos de efímera vida.

Cuando la pasma surgía, el peje se hacía soca, y con atildamiento nada disimulado sacudía el tamo de los pecados perpetrados en el conventículo.

Presencié esa interpretación grotesca en alguna ocasión. Entonces marchaba triste y desorientado a mi mechinal de la calle Echegaray. La murria podía conmigo.

Poquito a poco, mis revoluciones se vinieron abajo.

Hoy, talludito ya, entré en el Gijón; lo de siempre, un café y un vaso de agua fría. Una escasa media hora contemplando el paisaje y, como diría mi idolatrado Cela, el paisanaje. Todo sigue igual, más o menos, aunque el rincón más auténtico siga siendo el de Alfonso, sin la menor duda.

¿Sabrán los turistas del autobús bermejo que en el Gijón se luchó contra lo que hoy, entre todos, hemos conseguido?

                                                                     Madrid, 9 de agosto de 2001

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