Hay un barrio en Sevilla que toma este nombre de las águilas
que se asentaban en el terreno, cuando todavía no era barrio.
El barrio se levanta allá por los años veinte y desde
entonces acá, muchas han sido las vicisitudes acaecidas, pasando por una
explosión del polvorín que una empresa tenía instalada en el mismo.
Hace semanas comenzaron a oírse temblores en los vidrios de
las ventanas y golpes en las puertas de algunas casas del barrio. Los vecinos
se alarmaron. Pensaban que, como ahora no hay orden sino que todo es
desconcierto y los gamberros hacen suerte de sus ocurrencias, alguna pandilla
de mozalbetes era la que entretenía su aburrimiento molestando al vecindario.
Así las cosas, el delegado municipal tomó cartas en el
asunto. Vano empeño. En una ciudad que ha hecho bandera del “todo vale” no hubo
forma de dar con los autores materiales de la tabarra.
Una anciana que vivía en el barrio desde los tiempos de la
guerra civil fue la que dio con el guasón que traía mosqueados a los habitantes
de la barriada.
Fue una noche calurosa de esta primavera rara que padecemos,
cuando habiendo sacado a hacer las necesidades fisiológicas al perrito que le
acompañaba en su solitaria vida, la anciana observó una sombra con tranca o
algo que a ella le pareció tal, y así lo contó a los guindillas; furtivamente
aporreaba las puertas con la dicha herramienta y seguía su camino. Cuál no
sería su sorpresa al acercarse, al reconocer, ataviado de prioste de una conocida hermandad
de Semana Santa y portando la vara de la dignidad con la que se empleaba a modo de aldabón, para descubrir la huesuda
figura del General Queipo de Llano, alma en pena diría yo que, con nostalgia, recorría el barrio que él mismo ordenó
reconstruir después de la tremenda explosión que se produjo en el año 1941.
A partir de entonces, el fantasma del Cerro del Águila no ha
vuelto por allí y los vecinos siguen su vida con alegría, pues se trata de uno
de los barrios más alegre, popular y
luminoso de la ciudad de la luz y el color.
Así me lo contaron y aunque yo no creo en fantasmas, así lo
cuento yo.
En Sevilla, cualquier día de cualquier año
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