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jueves, 17 de diciembre de 2015

ACERCA DE LA TEORÍA GENERAL DEL INTERÉS, EL EMPLEO Y EL DINERO DE JOHN MAYNARD KEYNES

Dada la propensión a consumir y la tasa de nueva inversión, sólo puede existir un nivel de ocupación compatible con el equilibrio, ya que cualquier otro produciría una desigualdad entre el precio de la oferta global de la producción en conjunto y el precio de su demanda global. Este nivel no puede ser mayor que el de la ocupación plena, es decir, el salario real no puede ser menor que la no utilidad marginal del trabajo; pero no existe razón, en lo general, para esperar que sea igual a la ocupación plena.

La demanda efectiva que trae consigo la plena ocupación es un caso especial que sólo se realiza cuando la propensión a consumir y el incentivo para invertir se encuentran en una relación mutua particular. Esta relación particular, que corresponde a los supuestos de la teoría clásica, es, en cierto sentido, una relación óptima; pero sólo puede darse cuando, por accidente o por designio, la inversión corriente provea un volumen de demanda justamente igual al excedente del precio de la oferta global de la producción resultante de la ocupación plena, sobre lo que la comunidad decidirá gastar en consumo cuando la ocupación se encuentre en ese estado.

Esta teoría puede resumirse en las siguientes proposiciones:

1) En determinada situación de la técnica, los recursos y los costos, el ingreso (tanto monetario como real) depende del volumen de ocupación N.

2) La relación entre el ingreso de la comunidad y lo que se puede esperar que gaste en consumo, designada por D1 dependerá de las características psicológicas de la comunidad, que llamaremos su propensión a consumir. Es decir, que el consumo dependerá del nivel de ingreso global y, por tanto, del nivel de ocupación N, excepto cuando ocurre algún cambio en la propensión a consumir.

3) El volumen de trabajo que los empresarios deciden emplear depende de la suma (D) de dos cantidades, es decir: D1, la suma que se espera gastará la comunidad en consumo, y D2, la que se espera que dedicará a nuevas inversiones. D es lo que antes hemos llamado demanda efectiva.

4) Desde el momento que D1 + D2 = D = F(N), en donde F es la función de la oferta global, y como, según hemos visto en 2), D1 es función de N, que puede escribirse X (N), dependiendo de la propensión a consumir, se deduce que F(N) - X (N) = D2.

5) De aquí se desprende que, en equilibrio, el volumen de ocupación depende: 
a) de la función de la oferta global, F 
b) de la propensión a consumir, X 
c) del volumen de inversión, D2. 
Esta es la esencia de la teoría general de la ocupación.

 6) Para cada valor de hay una productividad marginal correspondiente de la mano de obra en las industrias de artículos para asalariados, la que determina el salario real. El párrafo 5) está sujeto, por tanto, a la condición de que no puede exceder de aquel valor que reduce el salario real hasta igualarlo con la no utilidad (el desempleo estructural) marginal de la mano de obra. Esto quiere decir que no todos los cambios en D son compatibles con nuestro supuesto provisional de que los salarios nominales son constantes. Por esta razón será necesario, para realizar una exposición más completa de nuestra teoría renunciar a esta hipótesis.

7) En la teoría clásica, de acuerdo con la cual D = F(N) para todos los valores de N, el volumen de ocupación está en equilibrio neutral en todos los casos en que sea inferior al máximo, de manera que puede esperarse que la fuerza de la competencia entre los empresarios lo eleve hasta dicho valor máximo. Sólo en este punto, según la teoría clásica, puede existir equilibrio estable.

8) Cuando la ocupación aumenta, D1 hará la propio, pero no tanto como D; ya que cuando el ingreso sube, el consumo lo hará también, pero menos. La clave de nuestro problema práctico se encuentra en esta ley psicológica; porque de aquí se sigue que cuanto mayor sea el volumen de ocupación, más grande será la diferencia entre el precio de la oferta global (Z) de la producción correspondiente y la suma (D1) que los empresarios esperan recuperar con los gastos de los consumidores.

Por tanto, si no ocurren cambios en la propensión a consumir, la ocupación no puede aumentar, a menos que al mismo tiempo D2 crezca en tal forma que llene la diferencia creciente entre y D1, Por consiguiente, el sistema ecónomo puede encontrar en sí mismo un equilibrio estable con a un nivel inferior a la ocupación completa, es decir, al nivel dado por la intersección de la función de demanda global y la función de oferta global -excepto en los supuestos especiales de la teoría clásica, de acuerdo con los cuales actúa alguna fuerza que, cuando la ocupación aumenta, siempre hace que D2 suba lo suficiente para cubrir la distancia creciente que separa a de D1.

CONCLUSIÓN

Las políticas socialistas del PSOE y otros congéneres de algunas naciones, están basadas en esto que Keynes expone tan magistralmente, pero que no deja de ser una falacia y para un tiempo y condiciones dado.

Quiero decir que, si la demanda produce el consumo y si esa demanda es excesiva, a consecuencia de subidas salariares mayores, el riesgo de caer en una inflación es seguro y contraproducente, pues corta la marginalidad del empresario que invierte para extraer una recompensa a cambio de ello.

En algunos regímenes dictatoriales y populistas, eso lo arreglan con la máquina de hacer dinero, lo que lleva a un precipicio sin remedio.

Por eso es explicable y necesario –y el mismo Keynes lo deja caer- un paro estructural que produzca el equilibrio necesario entre la oferta de producción, marginalidad económica del empresario y satisfacción de la demanda de los consumidores.

Dicho con otras palabras: si yo tengo muchos millones de dólares o euros, hasta el punto que puedo gastarme un millón al día (cosa, creo yo imposible, pero valga como ejemplo), mi esfuerzo consumista se reduce a mí y a otros muy pocos como yo, pues que yo sepa, son más los no millonarios que los millonarios.

Pero si un pobre se gasta todo lo que tiene en comer a diario, está cumpliendo la regla de oro del consumismo y la demanda, sin que ello lleve a la temida inflación que sí nos llevaría el gasto de muchos millones por unos pocos y que no satisfarían sus necesidades en absoluto.

Claro está que todo eso se resuelve con esa máquina de hacer dinero que, a veces, algunos gobiernos han utilizado, sobre todo los bananeros y tercermundistas.

Recetas económicas las hay para todos los gustos. El bueno de Keynes lanzó sus teorías a sabiendas que no se pondrían en marcha hasta muchos años después, cuando la sociedad en general, tras dos guerras mundiales terribles y un hundimiento escalofriante de Wall Street en el año 1929, hizo que las naciones elaborasen una especie de Plan Marshall económico para no dejar caer toda la economía mundial.

Fue ahí donde surgió la encomienda de “el Estado del Bienestar”, que ahora, algunos agoreros sostienen que desaparecerá, pero que otros, como yo mismo, sostienen lo contrario. Eso sí, los parámetros que hasta ahora se han combinado distarán algo (bastante) de los que en un futuro primarán. Es decir: “habrá Estado del Bienestar, pero menos.”

No nos engañemos ya que esto son lentejas.

M. Bono_ antes de las elecciones del día 20


martes, 15 de diciembre de 2015

EL DEBATE A DOS DEL DIA 14 DE DICIEMBRE



Anoche vi en televisión el tan cacareado debate a dos de estas próximas elecciones generales. Como es evidente saqué alguna conclusión.

Debo reconocer que no soy adicto a la TV por definición y que el sólo hecho de haber estado más de dos horas delante de un televisor, ya de por sí me produce dolor de cabeza, malestar y unas cuantas cosas más.

Para rematar lo dicho, la política que se practica en España es cualquier cosa menos política. Los adversarios parecen más leones enjaulados o gladiadores de un circo romano que políticos serios. Si a todo esto le añadimos lo que viene llamándose el “Quinto Poder”, es decir, la manipulación de las masas a través de la televisión y de las Redes Sociales en Internet que, a su vez, proceden acorde al dictado de tal o cual ideología, la tarta está hecha.

Yo no vengo aquí a defender a nadie. Tampoco a incriminar ni siquiera a afear la conducta a nadie. Pero sí quiero hacer un somero análisis de lo que mis ojos vieron y mis oídos escucharon. Todo eso llegó a mi mente y es mi cerebro, como suele, el que me obliga a decir lo que ahora pretendo.

En primer lugar, entiendo que algo como lo de ayer, que está (o debería estar) pactado, no puede convertirse en un cuadrilátero donde dos púgiles arremeten el uno contra el otro como si de ganar un premio de boxeo se tratara. Ayer lo que vimos fue lo más parecido a eso.

Tampoco es correcto, desde mi punto de vista, llegar a una cita semejante, con las pistolas cargadas con un único tipo de bala y no dejar de disparar hasta que el cargador se vacíe o el tiempo dé por muerto al contrincante.

Y, por último, llegar al insulto personal no sólo es miserable, deleznable y ruin, como advirtió el Presidente del Gobierno de España –aunque en política, al parecer, hoy todo vale-.

Como conclusión al planteamiento de estas tres premisas se debe decir, y yo así lo hago, que el candidato a la presidencia por el PSOE, que sabe perfectamente (y si no lo sabe ya es hora que alguien de los suyos se lo diga) que no va a llegar a ser Presidente del Gobierno, trató por todos los medios y de manera machacona, apabullar a un Presidente que es mucho más decente y honesto que él.

Apabullarlo sí lo consiguió, pero eso, a mi entender, no es hacer política sino huir hacia delante porque alguien hay, que no es precisamente Rajoy, que anda tras de él pisándole los talones y hurtándole votos a espuertas.

Los argumentos esgrimidos por el señor Sánchez son banales y vayamos a ver si no inventados. Los de Rajoy están basados en datos fidedignos que emanan, se supone, de la Administración. Llevar una carta de una ciudadana de Valladolid quejándose de que la aportación por su desempeño en labores de dependencia le ha sido recortada, ni es serio, ni merece la pena pararse en ello.

Otra cosa sea que, el daño causado por una persona, a la que Rajoy encumbró en el Partido y que resultó ser un golfo, no un criminal o delincuente, como aseveró Pedro Sánchez, le haya hecho al Partido Político que él preside más daño que todos los recortes.

Los recortes son debido a una herencia socialista dejada por el anterior Presidente de Gobierno, que no supo o no quiso hacer las cosas bien; no obstante, y en honor a la verdad –a la mía- reconozco que Rodríguez Zapatero, muy lejano a mis ideas, fue un político honesto, aunque bastante equivocado. Y que, con él, es decir, con Rodríguez Zapatero, los españoles hemos llegado a los niveles de corrupción, desempleo y hartazgo de la política más elevado en toda la historia de la democracia española.

Dicho esto, nada o casi nada queda. ¿Quién ganó el debate? Creo que lo perdimos todos. Ni siquiera los llamados “emergentes”, es decir, Podemos y Ciudadanos salen ganando, como algunos han llegado a afirmar con frivolidad.

El problema de España es una lacra que está cautiva bajo una gran losa de nostalgia, por un lado, arribismo por otro y despreocupación intelectual por los ciudadanos.

Nací antes de la Transición y he vivido todas y cada una de las vicisitudes de este período de la historia de España, por lo que nadie puede contarme milonga alguna. Mas sí he de denunciar que los españoles somos un pueblo cainita en donde la codicia, el desprecio hacia el prójimo y la poca vergüenza, unido todo a un nivel cultural muy bajo, abundan en demasía. Aquí se llora cuando el agua te ha llegado al cuello. Aquí se utiliza la desgracia de la gente para enarbolar banderas de unidad y pseudo-amor hacia esa gente. Aquí tenemos un sistema que hace aguas, no ya por la corrupción, que existe en todas partes -y seguirá-, sino porque desde el primer mandatario de la nación, pasando por los reyezuelos de taifas de las Autonomías, Alcaldes y demás especies políticas, han entendido esta como su medio de vida. Y eso no debe ser así, ni sucede en ninguna parte del mundo, salvo en países tercermundistas o en repúblicas bananeras caribeñas o de la Pampa.

Desde mi punto de vista, anoche perdimos todos los españoles, repito; y hasta Podemos y Ciudadanos debieron quedar maltrechos. Con semejantes mimbres es imposible reconstruir nada.


M. F. Bono_ en Sevilla, el día después

lunes, 14 de diciembre de 2015

Don Crispín el Temoso

Don Crispín Cebollero y Matarrubia, de profesión pichelero, en absoluto pugnaz en su trato, casado en segundas nupcias con doña Filomena Martínez de Rabayón, de soltera Filo la Helgada, ha sido protagonista de un incidente ocurrido en el conocido Café Gijón de Madrid.

Los sucesos se produjeron a consecuencia de la pichicharra que engarró el tal Crispín Cebollero, más conocido en su barrio del Retiro como Crispo el Temoso, de no abandonar el local que da cobijo a la turba de artistas, literatos, musas y otros semovientes que por allí hacen boruca.

La presencia en el establecimiento de la policía municipal, a la que se requirió en un primer envite, no tuvo el efecto ansiado; el cabo Ciríaco Tejeringo Gómez argumentó, que en el reglamento del cuerpo no existe precepto alguno que determine la intervención de los guindillas mientras no se barafuste ni se arme trepe.

- ¡Vamos, que tiene que haber sangre!
- Pues, sí señor.

Ante el chasco se llamó a los bomberos.

- Pues, mire usted: tampoco se pudo conseguir gran cosa. Intentaron ajorrar al Temoso y, ante la renitente actitud de éste desistieron.

 Don Crispín riló y como gato agostizo quedó hecho un fardel.

- ¡Fíjese usted qué cosa!
- Pues sí, tiene usted toda la razón.
- ¿Y qué pasó?
- Se llamó a Protección Civil, que están para eso.
- Llegarían los protectores dispuestos a todo, ¿no cree usted?
- Está usted en lo cierto, mi querido amigo.

Dos psicólogos y otro, que no sé si era también psicólogo, se aproximaron al Temoso, perdón, a don Crispín, en actitud dialogante y fraternal, tratando de persuadir al morueco. Éste se hacía el roncero. Los psicólogos rocigaban entre ellos y se intercambiaban escuchitos. Circuyeron a don Crispo y con dilección estuvieron hablando un buen rato. Mientras, los mirones, opilando la puerta, tratábamos de pescar algo, sin resultado. Los camareros cruzaban los dedos, ansiosos de que aquel pelma se fuese de una vez. Alfonso hacía rato que había cerrado el retablo de las maravillas y se había dado el piro.

Eran las cinco de la mañana cuando don Crispo abandonaba el local, flanqueado por los samaritanos de Protección Civil, y arriendado por fin.

Don Crispín Cebollero y Matarrubia, alias Temoso, encaminó su andar, Alcalá arriba; cruzó Independencia por la embocadura de Alfonso XIII; y por O´Donnell, rozando la verja del Retiro, torció por Menéndez y Pelayo hasta llegar a Menorca, su domicilio, donde la Filo estaría espatarrada en el lecho, y le recibiría con cierto desabrimiento.

Esto pensando, cuando traspasaba el zaguán, un ligero orvallo caía del cielo y, allá a lo lejos, por el camino de la sierra, lostregaba sin cesar.


                                                         Madrid, 10 de agosto de 2001

España a la deriva: detrás llegará Europa

La música de Beethoven y las palabras de la Biblia me dijeron una misma cosa; eran agua de un solo manantial..., del único manantial del que brota el bien para el hombre.

Me di cuenta, señor Ministro, que su discurso y el de sus colegas gobernantes, no proceden de ese manantial, que carecen de lo que puede dar importancia y valor a la palabra humana. Les falta amor, les falta humanidad.

Los pueblos siempre estuvieron repletos de tontos ignorantes. Poco me importa que hoy haya muchos entusiasmados con lo que ayer pasó. También votaron con ardor por Barrabás, cuando pudieron elegir entre Jesús y el asesino. Tal vez sigan siempre votando por Barrabás. Pero eso no es motivo para votar con ellos.

El problema en España es que todos son Barrabás y no hay ningún Jesús.

M. F. Bono_Punta Umbría


Júpiter y la vida en la Tierra

Como una gigantesca bola de demolición, durante la infancia del Sistema Solar, Júpiter avanzó hacia el Sol desde el extrarradio donde se había formado. El empujón de aquella masa gigantesca arrasó una primera generación de planetas, algo más grandes que la Tierra y con atmósferas más densas, muy distintos de los que hoy ocupan las primeras filas en torno a nuestra estrella. Sacados de sus casillas orbitales, comenzaron a chocar entre ellos y acabaron hechos añicos y lanzados contra el Sol. Con los escombros de aquel derribo, se formaron los planetas terrestres actuales, de Mercurio a Marte, más pequeños y con atmósferas menos densas que las habituales en otros sistemas planetarios conocidos.

Esta es la hipótesis planteada esta semana por un equipo de investigadores de EE UU en la revista PNAS para explicar por qué el Sistema Solar es distinto a los cientos de sistemas planetarios descubiertos durante los últimos años. En estos mundos lejanos descubiertos por telescopios como Kepler, la masa de los planetas terrestres cercanos a su estrella es mayor que la de los solares. Además, normalmente, en estos sistemas hay al menos un planeta mayor que la Tierra orbitando a una distancia menor que Mercurio y en general se encuentran más próximos a su estrella.

Los cambios provocados por Júpiter hacen que la atmósfera de la Tierra sea diferente a la de otros sistemas planetarios.

Las simulaciones propuestas por los científicos de la Universidad de California en Santa Cruz y el Instituto Tecnológico de California (EE UU) sugieren también que hubo un segundo movimiento que permitió la aparición de los planetas terrestres que conocemos. Durante aquellos primeros millones de años de vida del Sistema Solar, cuando Júpiter parecía lanzado hacia una colisión ineludible contra el Sol, apareció un segundo gigante que detuvo la caída. El planeta de los anillos se formó más tarde, pero fue atraído a mayor velocidad hacia la estrella de tal manera que acabó atrapando a su hermano mayor.

Cuando los dos planetas estaban lo bastante próximos, quedaron trabados en lo que se conoce como resonancia orbital. Cada vez que Júpiter completaba una vuelta en torno al Sol, Saturno completaba dos, produciendo un tirón mutuo acompasado, como una madre que impulsa a su hija en un columpio, que detuvo el avance de los dos objetos. En ese punto comenzó un retorno, desde las 1,5 unidades astronómicas de distancia mínima hasta el Sol (una unidad astronómica es la distancia que separa el Sol de la Tierra), hasta las 5 de la actualidad.

Con esa retirada, fue posible que los restos de la escabechina que había provocado el ataque inicial de Júpiter sobreviviesen para formar los planetas terrestres actuales. Según explican los autores, su hipótesis requiere varios millones de años para que los trozos de planetas fruto de la primera destrucción se volviesen a reunir. Esto cuadra con los datos que sugieren que la Tierra se formó entre 100 y 200 millones de años después de la aparición del Sol. Además, la formación del planeta tiempo después de que se disolviese la nube de hidrógeno y helio en la que surgió el Sistema Solar, explicaría por qué la Tierra no contiene hidrógeno en su atmósfera.

La aparición de la Luna tras un choque catastrófico facilitó la aparición de la vida en la Tierra.

Por último, el camino de ida y vuelta de Júpiter acabó produciendo una peculiaridad más del Sistema Solar frente a la mayoría del resto de sistemas conocidos: la existencia de dos gigantes gaseosos muy alejados de la estrella. En el también improbable caso de que estos monstruos existan, suelen encontrarse próximos a su astro.

El estudio publicado en la revista PNAS sugiere que el entorno planetario en el que surgió la vida puede no ser tan común. Además, en el caso de la Tierra, habría que contar con otro fenómeno desastroso que acabó creando unas condiciones favorables para el desarrollo de los seres vivos. Hace 4.500 millones de años, cuando se estaban empezando a formar de nuevo planetas a partir de los restos que quedaron tras el empujón de Júpiter, la Tierra colisionó con otro cuerpo menor. Del choque, que prácticamente destruyó nuestro planeta, surgió la Luna. Este satélite, mucho mayor en relación al planeta que orbita que otros objetos similares del Sistema Solar, estabilizó el eje de la Tierra frente a las influencias gravitatorias del Sol o Júpiter, que lo habrían convertido en un mundo inhóspito con cambios de temperatura brutales en periodos relativamente cortos.


Así, dos sucesos desastrosos pudieron convertir el Sistema Solar en un lugar peculiar donde pudo aparecer un planeta de circunstancias infrecuentes como la Tierra en el que apareció algo tan extraño (por lo que se conoce hasta ahora al menos) como la vida.

domingo, 13 de diciembre de 2015

AGUJEROS DE GUSANO

Un agujero de gusano es un túnel que conecta dos puntos del espacio-tiempo, o dos Universos paralelos. Nunca se ha visto uno y no está demostrado que existan, aunque matemáticamente son posibles.
Se les llama así porque se asemejan a un gusano que atraviesa una manzana por dentro para llegar al otro extremo, en vez de recorrerla por fuera. Así, los agujeros de gusano son atajos en el tejido del espacio-tiempo. Permiten unir dos puntos muy distantes y llegar más rápidamente que si se atravesara el Universo a la velocidad de la luz.
Según la teoría de la relatividad general de Einstein, los agujeros de gusano pueden existir. Tienen una entrada y una salida en puntos distintos del espacio o del tiempo. El túnel que los conecta está en el hiperespacio, que es una dimensión producida por una distorsión del tiempo y la gravedad.
Einstein y Rosen plantearon esta teoría al estudiar lo que ocurría en el interior de un agujero negro. Por eso se llaman también Puente de Einstein-Rosen.
¿Se puede viajar en el tiempo?
Una cosa es que existan los agujeros de gusano y otra muy distinta que puedan utilizarse para viajar en el espacio y el tiempo.
Los científicos creen que un agujero de gusano tiene una vida muy corta. Se abre y vuelve a cerrar rápidamente. La materia quedaría atrapada en él o, aunque consiguiera salir por el otro extremo, no podría volver. Evidentemente, tampoco podríamos elegir adónde nos llevaría.
Según la relatividad general, es posible viajar al futuro, pero no al pasado. Si se pudiera viajar al pasado, podríamos alterar la Historia, por ejemplo, haciendo que nunca naciéramos. Sería algo imposible.


El Retiro en junio

Una pareja de enamorados. Entrelazadas las manos, pasan manifestando deliquios amorosos. Bancos de madera, bancos de jardín de recia madera en las lindes del camino boscoso. Tilos, moreras, pinos y cimbreantes álamos; algún almez. 

En los bordes del amplio paseo, restos de hojas recogidas, quizás esta misma mañana, por los jardineros del parque.

Gorriones grises, saltarines, incansables en su continuo picoteo; palomas que arrullan, voraces palomas pendientes de cualquier resto que les pueda llamar la atención; mirlos negros, negros mirlos tímidos.

Al fondo, hasta la verja que separa el parque de la vía Menéndez y Pelayo –vía transitada por coches constantemente- la vista contempla un verde intenso bajo la sombra de esbeltos pinos; más adelante, el mismo verde soleado, más intenso, más vivo: hasta allí no abarca la sombra.

Quietud y sosiego. La gente pasa. Uno viene y pide cinco duros, con educación. ¡Hay tanta gente desarraigada!

Las madres, con sus niños pequeños, empujando capachos.

Algunas abuelas traen al parque a los nietos. Muestran dulzura; toda la dulzura que sólo las abuelas describen.

Dorado verde de las encinas anchurosas, verde que refleja los vesperales rayos del sol. Verde oscuro en la fosca hondura verde. Azulado verde de las elegantes sóforas, de los centenarios robles. Verde pálido, matizado, casi ocre de los copudos plátanos. Brillante verde de los tilos y de los anchos almeces. Verde perpetuo de los sombrajosos cipreses calvos; limpio verde de los altísimos álamos.

Un perro pequeño, de esos que llaman caniche, blanco, salta nervioso junto a sus amos, sobre el verde y cuidado césped de la explanada ajardinada.

La gente se sienta en los cómodos bancos. Es agradable.

Ya son las siete. A esta hora el Retiro es un lugar placentero que brinda frescor y sombra. Aún no ha llegado el estío. La primavera está acabando.


                                      Madrid, año 2000

Uno se pregunta

Uno se pregunta.

Uno espera.

Uno no obtiene respuesta.

Preguntar es dudar.

Saber es salir de la oscuridad.

La luz se presenta al despuntar el día.

La esperanza aún no se pierde.

Uno sabe que la esperanza es virtud.

Uno sabe que la respuesta es caridad.

Preguntar es dudar.

Duda, esperanza y caridad.

El inexorable tiempo aniquila lo banal.

El tiempo físico es efímero.

El tiempo dimensional es infinito.

No existe respuesta infinita.

Nuestras vidas están repletas de dudas.

Y la esperanza es lo único que sostiene la calma para vivir.


Si la Fe la perdemos, mejor no esperar.

Crítica a la religión

CRÍTICA A LA RELIGIÓN

Un temor me acomete aquí: no vayas a creer que te inicias en los principios de una ciencia impía y que entras por un camino sacrílego. Al contrario, las más veces es ella, la religión, que ha engendrado crímenes e impiedades. Así en Áulide, los caudillos elegidos de los dánaos, flor de los héroes, torpemente mancillaron con la sangre de Ifigenia el altar de la Virgen de las Encrucijadas. 

Cuando las ínfulas que ceñían sus virginales trenzas cayeron en partes iguales por ambas mejillas, cuando advirtió de pie junto al ara a su padre afligido, y los sacerdotes a su lado ocultando el hierro, y los ciudadanos deshechos en llanto a su vista, muda de terror caía de hinojos en tierra.

¡Mísera! No le valía en este momento fatal el haber sido la primera en dar al rey el nombre de padre. Asida por manos de hombres, temblorosa, al ara fue conducida, no para salir escoltada al claro son del Himeneo, una vez cumplido el rito solemne, sino para caer, pura, impuramente, en la misma edad núbil, lastimosa víctima inmolada por su padre, a fin de asegurar a la flota partida feliz y propicia. ¡A tantos crímenes pudo inducir la religión!

Lucrecio_"De la naturaleza, I, 80-101


sábado, 1 de junio de 2013

El efecto 2000


Mucho se está hablando del Efecto 2000. 
Y a decir verdad, nadie sabe de qué se trata. Dicen que la noche de las uvas, cuando todos estemos pletóricos, después de haber hecho las tonterías que ninguna otra noche del año solemos hacer, el follón que se va a organizar va a ser inmenso. Que si los ordenadores se volverán locos, que si la cuenta corriente va a variar, que si los relojes electrónicos dejarán de ir hacia la dirección que suelen e invertirán el sentido y darán la hora de otro año, que si los cajeros no van a responder.

Para mí, creo que todo eso son chorradas, con todos los respetos, pero tonterías al fin y al cabo. Excusas de márketing para vender más.

¡Qué sé yo la de cosas que dicen van a suceder!

Sin embargo, la cosa no deja de tener su miga. Cuando Indro Montanelli escribió su Italia del año 1000, las cosas que pasaban en Europa ni por asomo se parecían a las que ahora están pasando. Y, desde luego, para nada se hablaba de ordenadores, de cambios raros en equipos sofisticados de información, ni siquiera de la posibilidad de que el mundo se colapsase de golpe: eso podría haber sido, si acaso, argumento para Assimov, Lovecraft, Arthur Clarc u otros escribidores de ciencia ficción que por la época en que Montanelli escribía su libro, realizaban sus mejores obras del género. Sin embargo, el magnífico Montanelli supo expresar magistralmente, lo que para el desgraciado siervo de la profunda Edad Media suponía la premonición del derrumbe de todas las precarias estructuras que le servían de entorno. ¡El mundo se acababa y el Apocalipsis del pseudo amado discípulo iba a tener ocasión de plasmarse en una realidad palmaria que a todos traía de cabeza!

De resultas de esa visión estremecedora, como si de una gran catarsis se tratase, la gente se vio arrastrada al consuetudinario ¡sálvese quien pueda!

Hubo quién vendió lo que tenía para comprar una butaca de patio, de gallinero o de platea en el cielo; quién compró aquello que el otro vendía, para procurarse asientos terrenales sin importarle el cielo y por si acaso, aquella panda de profetas y adivinadores zarrapastrosos se equivocaban; quién sin tener nada que vender, porque nada había, o nada que comprar, porque nada tenía a cambio, flagelaba su enjuto cuerpo con disciplinas propias de gobernanta esquizofrénica; quién sin ánimo de mortificar el cuerpo, sino todo lo contrario, se dedicó con fruición a practicar el universal arte del metisaca orgiástico, es decir, el acoplamiento paradisíaco con una hembra de rotundos pechos y nalgas sudorosas, importándole un comino lo que después tendría que llegar. En fin, quién más quién menos, cada mochuelo procuró un remedio apropiado para recibir el definitivo y universal cataclismo. En cuatro palabras, el mundo se acababa.

Llegó el año 1000, que tampoco era ‘el siglo que viene’, como ahora inefables periodistas pretenden colarnos, y nada pasó. Bueno, quiero decir que nada de lo que se había estado profetizando sucedió. El día 1 de enero de aquel esperado año, el mundo siguió dando vueltas; los gorrinos prosiguieron estercolando mijo y cáscaras de fruta de todo género, hocicando trufas y ventoseando mierda, como está mandado, para preparar, eso sí, el cuerpo, y rebozar el espíritu diluido de los monjes enclaustrados en la abadía, ‘a maior gloria Dei’, en la matanza del próximo octubre, según estipulaban los diversos calendarios beatos de la época. Tampoco el cojo soltó muletas, ni el manco recibió, en el otro mundo, el brazo que perdió bajo la rueda de una carreta, por la sencilla razón de que el mundo seguía siendo el mismo. Y la parturienta siguió pariendo, y el sol no dijo ni ¡pum!, y los pájaros continuaban metiendo el pico en sembrados feudales cultivados por la pobre gente de la gleba. Y el clérigo de sempiternas urgencias repitió el manido ego te absolvo, entremetiendo, eso sí, a la vez que con la diestra impartía la bendición sanadora, otra no menos aliviadora bendición entre la jugosa entrepierna mujeril de turno o del mancebo amarilleado por las tormentas del hambre, palpando sensible y jugoso infierno adunado, cual campo de níscalos septembrino, o recio mandoble de acolchados cojones en su base, según fuese pecadora o pecador el penitente.

Pero hete aquí que no vino el diluvio, ni el sol paró, ni el mundo se terminó. Mejor hubiera sido, a fe mía, que el mundo estallase, para lo que a cambio sí vino ¡Y vaya que dio quehacer!

El Vaticano, que por entonces no era como ahora, sino más bien una infesta cueva de monosabios influyentes, debió variar el rumbo. El proyecto de conjunción catastrófica se le vino abajo y la clientela comenzó a dudar del poderío que se suponía tenían los curas. Ya hubo nobles que le hicieron cara, ya comunidades enteras que lanzaban pedorretas teológicas, ya algún que otro señor feudal que disputase hacienda y canonjía espiritual a los operarios de Dios. En fin, hubo de todo, como en botica.

La reacción vino de manos de aquella pandilla de Papas gordos y lascivos, rijosos y soberbios: Inocencios, Gregorios, Alejandros, que ante el pitorreo general, urdieron una de las mayores genialidades de todos los tiempos: La lucha contra el infiel sarraceno, blasfemo usurpador de los Santos Lugares: inventaron las Cruzadas, como remedio urgente para deshacerse de toda aquella caterva de pordioseros que clamaban, no como en el desierto el Justo, pero sí como inmensa jauría de desarrapados que por entonces constituía lo que hoy se denomina eufemísticamente ciudadanos de la U.E. En pocas palabras, sin saberlo, los clérigos inventaron las revoluciones de masas, adelantándose en muchos siglos a las inefables teorías marxianas y hegelianas, y a las hipótesis de Malthus, a las cocinas económicas maoístas y a los fenómenos mas media.

La difusión de la proclama es todo un ejemplo de mercado, digno de ser tenido en cuenta por más de una multinacional actual competente en la venta de compresas, ordenadores, bebidas espirituosas, pipas de girasol, lencería fina, burbujas de champán, drogas de diseño, alucinógenos del vending a wai americano, retretes ergonómicos, navajas de Albacete, colas y refrescos, arte por un tubo, sinfonías enlatadas, políticos a la violeta y fútbol de las estrellas. Y monovolúmenes diseñados por el ingeniero jefe, y ‘te imaginas poder juntar un quiero con un puedo’, y ‘en las distancias cortas…’, y ‘vuelve, vuelve por Navidad’, y España va bien’, y, y, y..., la sopa del Conde Rumford, que ni era conde ni nada de nada, ni la sopa era sopa porque el ámbar se quedó en el Báltico y lo sustituyó por grasa de borrego, mijo y esteba, y aquello era un engrudo, pero quitaba el hambre. ¡Ay, Günter, cuán acertado estás!

Pues no hubo fin del mundo tampoco. De vez en cuando una peste bubónica que enriquecía la epidermis de los pobres con pústulas de color morado, o un cólera miserere que dejaba a la gente exhausta de tanto cagar mierda, hasta que se iban al otro mundo sin saberlo ni haberlo pedido, reconfortados, eso sí, por el auxilio espiritual de aquellos próceres eclesiásticos que organizaron aquel belén faraónico.

Al final, los Santos Lugares, donde hoy se siguen dando de hostias a mansalva, quedaron por mucho tiempo en poder de los blasfemos e infieles sarracenos, que pasado el tiempo, se preguntaban que a qué venía todo ese follón. Ellos también llevaron lo suyo, pues cuando el enemigo se está pudriendo, no cabe la menor duda que tú también acabas podrido. La diferencia entre uno y otro bando era sustancial. Mientras que los cristianos iban resueltos a ir al cielo, si la diñaban y sentarse todo el día mirando a Dios, vestidos con una túnica transparente, los musulmanes se las prometían felices en el paraíso, rodeados de huríes y jodiendo a diestro y siniestro, sin Ramadán ni Cristo que lo fundó, y no llevarían la túnica amariconada de los cristianos, sino un buen sari de seda natural o de trabajada lana extraída de los lanígeros rebaños celestiales, buen calzado y cimitarra al cinto por si algún ángel se emperraba en meterle mano por detrás y había necesidad de cortarle las alas, pues ya se sabe que los ángeles no tienen atributos sexuales y algo habría que cortar.

Ahora estamos viviendo una etapa parecida a aquella que acabamos de describir. Ya no dicen que el mundo se va a acabar, aunque alguno ha querido meternos el miedo en el cuerpo este verano, cuando el eclipse. Pero lo que están vaticinando, yo creo que es peor. El Efecto 2000 de las narices. Cada día me levanto y me convenzo más y más de que el ser humano es tonto de capirote, y cada día lo es más. He llegado a oír que sería recomendable avituallarse debidamente, por si las tiendas cierran, que la gasolina va a bajar y que entonces, lo mejor es no repostar. Los aviones se caerán, los trenes se pararán, los barcos perderán su rumbo, las burras parirán unicornios, los negros se volverán blancos y el sida dejará de ser una plaga para convertirse en delicada manifestación de los cuerpos danone. ¡Vaya toalla!

Pues a mí, que no soy muy creyente que digamos, por si las moscas, hasta que llegue el día ese de marras, me lo pienso pasar pipa.

Sin ir más lejos, ayer, en Moradillo de Roa, junto a otros amigos, hemos vivido lo que puede de verdad ser el dichoso Efecto 2000. Nos hemos puesto de cordero hasta los ojos, hemos regado al animalito con buenos caldos de la Ribera. Para refrescar, digerimos lechuga bien troceada y lavada, café, copa y puro, velas y ‘polvo seguro’.

De comensales, Julio, con su reluciente calva a la moda de París; Luis, discreto y aristocrático; Domingo, que aprovechó para explicar lo que él llama proyecto de relajante comedor con fiesta final; Alberto, siempre Atlético de Gil; Beatriz, la espía que surgió del frío y musa desconfiada; José, que aunque no lo explicó, manifestó su creencia en dos formas de vivir mejor, o que hay otros mundos; Roberto, buena gente; Alfredo, el hermano discreto; Patrocinio, el mejor amigo de Germán y nosotros, los de Anfevi: Juan, cual comendador enfático y dicharachero, en su punto ayer, ocurrente y con buen saque (de cordero); Constantino, prudente como siempre y pidiendo a voces ¡que me jubilen ya, coño!; y yo mismo, modesta representación de la gran pompa de jabón que es el mundo del envase reciclado.

Bueno, pues tengo para mí que, salvo el estallido de una bombilla de la lámpara sobre las plateadas sienes de Constantino, la ausencia de Ronaldo (el burro), y el apagón de luz que se produjo al final, el Efecto 2000 sólo se materializó, fulminante como un rayo, en los treinta y tantos corderos que nos trajimos a Madrid, los cuales, debidamente cuarteados, forrarán de proteínas, grasa y regusto a páramo castellano, nuestros enjutos estómagos navideños, dispuestos a partir a las Cruzadas de la Liberación, si Dios no manda otra cosa.

Amigo Paco Blas, de verdad, te echamos mucho de menos esta vez.



                                   Madrid, diciembre de 1999

miércoles, 14 de marzo de 2012

Mi amigo Ignacio Zabala


Grande es su generosidad. Grande es su sonrisa, su clamorosa risa. Respira vida. Está entregado a sus hijos, a su esposa, a sus amigos. No traiciona nunca.

Grande. Cerca de dos metros y más de cien kilos de peso. Bigote también grande, como todo en él. La tez oscura, cetrina podría decirse. El pelo brillante y negro, fuerte, sin asomo de hebras blancas.

Su alegría contagia a quien la entienda. ¡Lástima que en la vida lo contagioso es malo! ¡La envidia es mala! La gente muere de infecciones que otros traspasan. La risa, quien la porta y transmite, nunca hace daño. Mas puede provocar envidia. Y eso es peor que enfermar de tisis.

Por eso, Ignacio, nada hético, pasa algún mal rato. Sin embargo, con su bondad y sencilla alma supera los contratiempos. ¡Derrocha vida! Regala vida, diría yo.  A su lado no cabe la tristeza.

Sus exageraciones son notorias y notables. Exagerado en la comida; exagerado en el beber; exagerado en el amor a los suyos.

Todo en él es grande, exagerado.

No se arredra ante nada, ante los reveses de la vida.

Habla y derrocha cultura. Surge en Ignacio el fundamento de un hombre que ha leído. No, no es ningún  lerdo mi amigo Ignacio.

Ignacio Zabala, un vasco grande, de Mundaca. Un vasco antiguo, en el valioso sentido del término. Un vasco hecho a sí mismo. Un vasco, de familia en la otra parte de España, en la otra orilla del Océano que separa tres continentes.

¡Un vasco bueno!

Ignacio, mi amigo, murió hace quince días. Se lo llevó la vida, de golpe, por sorpresa.

Se me fue un amigo, un gran amigo que yo, libremente, había elegido. De eso hace más de treinta años.

                                                 Manuel Bono, un mes de un año fatídico

SOÑÉ QUE SOÑANDO ESTABA



<<Yo callé males sufriendo
Y sufrí penas callando,
Padecí no mereciendo
Y merecí padeciendo
Los bienes que no demando:
Si el esfuerzo que he tenido
Para callar y sufrir,
Tuviera para decir,
No sintiera mi vivir
Los dolores que ha sentido.>>

En estas andaba la pasada noche que no sé si amanecer del día era o vísperas del siguiente. Era un sueño placentero que soñaba con los ojos abiertos, creo; o no. No sé, no me acuerdo de eso; sólo recuerdo el verso que de Garcilaso es. Pero era yo quien lo decía, acariciaba con ese verso la cara asustada de una amada que fijos en mí los ojos tenía. No estaba enojada; estaba perpleja, sorprendida y hubo un momento en que la vi desnudar su vista definitivamente: pasó del estupor al goce. Me miró, asomó su corazón a los labios y con un gesto inconfundible de mujer amada, besó mi boca sin vacilar. Estábamos ambos entrelazados en lo mismo.

De pronto respiré y noté que todo era un sueño. Desperté. Mas no vi nada a mi lado: el libro que me acompañó en el zaguán del duermevela no estaba; la mesilla de noche, tampoco; el cuarto no era cuarto. ¿Qué me estaba pasando? De pronto percibí un rumor. Me volví lento, cauteloso casi. Allí estaba, la volví a ver. Una cosa faltaba para que todo aquel sueño dejara de serlo. Me aproximé, alargué una mano que pareció extender el brazo hacia el infinito, más, cada vez más lejos. Ya casi la tocaba, percibía su respiración, me llegaba su aroma a mirto y el frescor de sus pechos se me antojaban fuentes fidelísimas de mi antojo, fuentes por donde debiera chorrear el amor que mi cuerpo anhelaba desmesuradamente. Era feliz.

No, aquello no podía ser un sueño. Aquello debería ser lo que llega tras la muerte, pues no sufría, no sentía, no gemía ni padecía dolor.

A las seis, como cada día, sonó el despertador. Por fin salió el día. Por fin el sol se asomaba al enrejado de mi balcón. Volvía a estar solo.

Pero mi sueño, como el de Segismundo que tanto agrada a una amiga, era solo eso: un sueño. Pero un sueño como de muñeca rusa.

Hoy es un día para cantar.


Un día en Chile

lunes, 12 de marzo de 2012

El Parque de María Luisa de Sevilla

Mí querido profesor: me pide Vd. le escriba algo sobre el Parque de María Luisa de Sevilla. Y yo me pregunto ¿qué sé yo de parques, ni de flores, ni siquiera de Sevilla? A mi juventud esplendorosa, cual rosa temprana de un jardín edénico, he de sumar mi sensibilidad por las cosas accesibles, aquéllas que al alma han de llegar pese a los avatares de esta vida, que en mi caso, aún corta, mas rica en sabores rumorosos de ensueños y devaneos, procuro hacer placentera y pródiga en saberes y experiencias.

El origen remoto del Parque, según he leído en algún libro, está en los jardines del Palacio de los Duques de Montpensier y es fruto de la sensibilidad de una persona romántica, amante de Sevilla y amada por Sevilla que lega su afición a la ciudad que supo acogerla.

También he sabido por la ‘tata’ de mis abuelos, que conocí, ya anciana, que el Parque experimentó una metamorfosis, pasando de jardín privado a parque público. Por todo lo cual sufrió una serie de reformas hasta llegar a su actual fisonomía.

Otro libro me descubrió, en enamoradas palabras de espíritu culto, que uno de los rasgos distintivos del Parque es el énfasis que se otorga a las glorietas como espacios de cultura, conteniendo anaqueles que invitan a la lectura. Para satisfacer mi curiosidad he podido comprobar esa manifestación y, aunque no vi libro alguno, sí pude comprobar la existencia de esos receptáculos destinados a acunar libros que después deberían ser acariciados por manos amorosas y protectoras, como el decir del poeta “se me torna celeste la mano, me contagio de otra poesía”.

De la mano de los creadores del Parque, Lecolant, Forestier e incluso los actuales, se lleva a cabo una recreación de todas las tendencias de la jardinería, desde el paisajismo romántico inglés, a la influencia francesa, con importantes y destacadas aportaciones de la tradición hispanomusulmana.

El Parque de María Luisa es una obra de arte, mi querido profesor. Al menos a mí eso me lo parece. Además, su situación a orillas del Guadalquivir, el Wad ‘l-Quevir musulmán (el ‘Gran Río’ yemení), contribuye en no poca medida a potenciar la imagen romántica que a la ciudad se le reconoce. Y esa imagen de romanticismo, a mí, que tengo sangre celta, me transporta a otras latitudes más dolientes y cálidas. Por más que mi espíritu sosegado pretenda domeñar el ensueño que embriaga cada momento de ese discurrir por las avenidas del alma. Y es como si el sol entrase en mi vida por la ventana abierta de mi corazón. De modo que el rosal que en mí hay, se ilumina de flores y rosas de oro. Y el poniente, también de oro y el río que me abraza desde el atardecer de la otra orilla se torna oro, oro de Astarté enamorada, plata de Hércules despechado. ¡Me desespero y mi llanto libera rosas!

Fue con la llegada a Sevilla de los Duques de Montpensier, Antonio de Orleans y Luisa Fernanda de Borbón, el día 7 de mayo de 1848, cuando el futuro de un cantar maravilloso comenzó. En ese acontecimiento hay que situar la simiente de la creación del futuro famoso Parque de María Luisa. Los Duques decidieron comprar el Palacio de San Telmo, propiedad del Estado, que antaño había sido residencia de los obispos de Marruecos, Universidad de Mareantes e Instituto de Segunda Enseñanza. Un edificio tan magnífico merecía un jardín. A tales efectos se compraron las fincas colindantes de ‘La Isabela’ y ‘San Diego’.

El responsable de construir los jardines fue el francés Lecolant, proyectándolos con un trazado de estilo inglés. El arbolado fue la nota predominante, con cuadros de naranjos y arbustos entre sotos y veredas. Profusión de tiestos de flores, invernaderos, terrazas, albercas, fuentes por doquier, cenadores, cabañas, pajareras, jaulas, columnas, vasos, jarras, ruinas, y bancos rústicos. Todo esto denota un fuerte predominio de lo romántico, propio de la época.

El 23 de mayo de 1893 la Infanta María Luisa donó los Jardines de San Telmo a la ciudad de Sevilla. Con esta donación nace el Parque de María Luisa para disfrute de los sevillanos.

El 25 de junio de 1909 se gestó la idea de celebrar una Exposición Iberoamericana en Sevilla. A partir de ahí surge la intención de designar el Parque como lugar central de la magna exposición. Se toma la decisión de reformar el recinto, sin dañarlo y embelleciéndolo.

Aníbal González sería el ejecutor de la parte arquitectónica y para el Parque se gestionó la venida a Sevilla de Jean Claude Nicolás Forestier, ingeniero francés de reconocido prestigio y admirador de España. Forestier acometió el anteproyecto presentándolo al Comité Ejecutivo de la Exposición, que lo aprobó el día 1 de abril de 1911, exigiéndosele cuatro resoluciones:

·      Crear un parque para embellecimiento de la ciudad y marco de la Exposición.
·      Respetar los árboles altos ya existentes.
·      Que el presupuesto aprobado no excediera en más del 5 %.
·      Posibilidad de que las dos partes de que constaba el proyecto, es decir, el propio parque y el Huerto de Mariana, pudieran ensamblarse tras la culminación de la efeméride.

Forestier acomete ilusionado el proyecto. Tiene en cuenta el alzado y las plantaciones, respetando la arboleda. Selecciona cuidadosamente las especies, para lo que estudia la flora de Cádiz, Madrid y Málaga. Gusta de agrupar las plantas de una misma especie, huyendo de la plantación a voleo. El agua, elemento esencial en todo jardín, es objeto de su atención, inspirándose en los jardines islámicos de juegos de surtidores para el riego; para las fuentes también sigue a los musulmanes.

La superficie inicial era de 135.829 metros cuadrados, disponiéndose en un perímetro hexagonal irregular, limitado por las avenidas que lo circunvalan. De éstas surgen otras que nos van a introducir al interior del Parque, cuyo corazón está constituido por dos ejes a los que el ‘Estanque de los Patos’ sirve de núcleo. En un mismo eje longitudinal que encierra dos avenidas que discurren por sus lados, se sitúan equidistantes dos composiciones acuáticas: el ‘Estanque de los Lotos’ y la ‘Fuente de los Leones’. La una remata en un banco y la otra en un conjunto constituido por el ‘Monte Gurugú’.

Partiendo desde el Norte hacia el Sur, nos encontramos con el ‘Estanque de los Lotos’, estructura rectangular de grandes dimensiones, en cuyo interior se aloja una isla también rectangular que contiene a su vez un pequeño estanque cuadrangular con una fuente de mármol, jalonado por dos setos rectangulares que enmarcan altos grupos de árboles. Una pérgola doble, de pilares blancos y sección cuadrada y asientos de ladrillo, ocupa los lados menores del estanque y parte de otro mayor situado al Norte. El conjunto deja espacio abierto en el centro para una soberbia explanada, con praderas enmarcadas por setos de pitósporos, evónimos y tuyas, hasta llegar al remate absidal de un banco semicircular de ladrillo, respaldado por un gran seto de tuya.

Siguiendo hacia el Sur, perpendicular al estanque, cruzamos la Avenida de Rodríguez Caso. Tras un parterre rectangular de setos de arabesco enmarcado en cerámica azul y blanca, encontramos una ‘Glorieta Elíptica’ centrada por una fuente-surtidor de forma estrellada. Las entradas al recinto están flanqueadas por unos vasos de piedra adecuados para el exorno floral.

Continuando llegaremos al ‘Estanque de los Patos’, dispuesto en torno a una isleta rodeada por un cauce irregular; la isleta queda unida a ‘tierra firme’ a través de un pequeño puente con barandal de rocalla. En un extremo de la isleta se halla el Pabellón de Alfonso XII, donde el Rey amaba apasionadamente a la infortunada María de las Mercedes, con cúpula enlucida al exterior y mocárabes en su interior, de planta hexagonal, con tejaroz y arcos de herradura labrados en ladrillo, sirviendo la sustentación columnas de mármol.

Prosiguiendo en la misma dirección nos tropezamos con un estanque limitado por bordillos de cerámica sobre los que se disponen tiestos de flores de vivos colores y setos de arrayanes. De los lados de la alberca surgen surtidores manando agua en sensitivos arcos.

Más hacia el Sur toparemos con la famosa ‘Fuente de las Ranas’, de forma circular y revestida de cerámica multicolor. En el centro de la fuente un pato y alrededor del perímetro ocho ranas lanzando agua hacia el pato.

Descenderemos por una escalinata de piedra para encontrar una composición pentagonal donde se disponen preciosos rosales; comprende un estanque alargado bordeado de motivos cerámicos dispuestos en damero blanco y verde, con surtidores. Este estanque da paso a la ‘Fuente de los Leones’, cuatro, esculpidos en piedra y que surten agua por sus fauces abiertas. Todo este conjunto queda enmarcado por un juego de pérgolas enlucidas en blanco, con decoración de cerámica de rombos azules en la parte alta. En los lados de esas pérgolas se disponen bancos de losas rosas ornamentados con cerámica azul y blanca.

Hasta aquí un resumen de algunos de los rincones más interesantes del Parque conforme al trazado de Forestier. Más adelante el Parque se verá ampliado con los proyectos de extensión al Prado de San Sebastián y Huerto de Mariana que verán nacer la Plaza de España y la Plaza de América respectivamente.

Por mis paseos a lo largo y ancho del Parque, he deambulado por un entramado de avenidas y sendas ordenadoras del elemento vegetal que integra el trazado. En cuanto a los árboles figuran los que corresponden a las especies propias del país, y entre los arbustos, he visto arrayanes, evónimos, aspiridas, tamarindos, adelfas, ceanothus, coryopteris, nerlum, ononis, etc. Hay profusión de plantas africanas y europeas; enredaderas: jazmines, campanillas azules y rosales de pitiminí; macizos de magnolias y otros muchos ejemplares exóticos provenientes de China y Japón.

Según he podido saber, en sus primeros años las avenidas del Parque estaban flanqueadas por acacias negras, moreras, plátanos, olmos, fresnos, palmeras y sicomoros. A estas, posteriormente, se añaden sóforas, tuliperos de Virginia, arces y otras muchas. En cuanto a los arbustos los he encontrado de todas las clases, pero sobre todo abundan los que producen flor, de entre los que destaco arbustos de Júpiter, adelfas, abutilones rojos, mirtos, arrayanes, bojes y laureles. Por supuesto la rosa es una repetida explosión por todo el Parque; también pensamientos, lirios, clavellinas y geranios; nenúfares en los estanques. A más abundancia, cientos de macetas de todos los tamaños y formas, alegrando bordillos de fuentes y estanques, gradas de escaleras y desniveles. Una delicia es pasear por entre tanta vida. Tanto es así que se me antoja, casi como Teresa de Alba, ‘la choza del alma se me recoge y reza’.

El empleo de la cerámica está presente en multitud de revestimientos y como elemento decorativo en fuentes como la de ‘las ranas’ (obra de García Montalbán - 1914), según tengo entendido.

No puedo olvidar hacer mención del  monumento dedicado a Bécquer, obra de Lorenzo Coullaut Valera, inaugurado en 1911, situado a la entrada del Parque entre la Avenida de Isabel I y la Avenida de María Luisa. Sobre un pedestal, el busto del eximio poeta; al pie sentadas están tres figuras de mujer, ‘el amor que llega’, ‘el amor que vive’ y ‘el amor que muere’. Tras ellas, en bronce, ‘el amor alado’ en dos figuras, la una lanzando una flecha y la otra agonizante. Todo el conjunto queda amparado bajo la sombra de un soberbio taxodio más que centenario.

Tampoco debo pasar por alto el monumento dedicado a Benito Mas y Prat (1924), obra de Castillo Lastrucci. Y como éste, otros dedicados a Pedro Rodríguez de la Borbolla (1923) en la Avenida de los Plátanos, a los hermanos Álvarez Quintero (1925), a Juan Talavera, a Muñoz y Pabón, a Isabel la Católica, a Fernán Caballero, a Gutiérrez de Cetina y a la Infanta María Luisa, obra esta de Enrique Pérez Comendador. Por último la portada principal del Parque, en la Glorieta de San Diego (del Cid), cuya arquitectura fue de Vicente Traver, corriendo las esculturas por cuenta de Manolo Delgado Brackembury (la figura de Hispania) y de Pérez Comendador las estatuas laterales.

Cuando en abril de 1914, el Parque reformado abre sus puertas al público, la superficie total era de 350.000 metros cuadrados.

Complemento del Parque es las plazas de España y la de América, ambas obras de Aníbal González.

La Plaza de América aloja tres edificios singulares: el llamado ‘Pabellón Mudéjar’, el ‘Pabellón Real’ de estilo gótico tardío en ladrillo y con crestería de cerámica y el ‘Pabellón de Bellas Artes’ (hoy Museo Arqueológico) de fábrica neo-renacentista, con arquerías de medio punto y alegorías estatuarias personificando las Artes, la Historia y la Arqueología.

La Plaza de España salva el espacio entre el Parque y el Prado de San Sebastián, con una semi-elipse de 14.668 metros cuadrados de superficie. Se trata de un conjunto monumental inspirado en el Renacimiento y en el Barroco españoles, con empleo del ladrillo casi fundamentalmente. Una ría de unos 15 metros de ancho separa el paseo interior del centro de la Plaza, conectándolo mediante cuatro puentes radiales abalaustrados, con dedicación a Castilla, León, Aragón y Navarra cada uno. Los materiales empleados, aparte el omnipresente ladrillo, hierro forjado y repujado, madera tallada y mármol.

¿Y qué más puedo contarle, profesor? Que el agua es elemento sabiamente administrado en el recinto, en Sevilla, ciudad que sufre sequías impenitentes. Que en Sevilla y por ende en su Parque pueden evocarse las flores, los árboles, los arbustos por doquier, con estanques regueras y fuentes, donde el ruido acariciador del agua refresca los sentidos, en una ciudad que sobrepasa con creces los 40 grados a la sombra en el estío. Son jardines que contienen los bienes del paraíso de l´Alá y en donde yo me sentí, por un momento hurí, apretando contra mi cuerpo el perfumado pecho de mi amado, como los aromas del Parque, a jazmín, retama y madreselva; como las rosas de Mañara, siempre vivas, y olorosas de recuerdos hacia el prójimo; como claveles plantados en mi balcón de la calle de San Diego, exultantes en verano y dormidos al anochecer, para dejar libertad a la dama de noche que embriaga mis sentidos cuando retrocedo en mi pensamiento a las tardes con la abuela, mi trineo infantil de Xanadú. ¡Qué deliciosos recuerdos aporta el Parque de María Luisa a quien sabe dejarse llevar por la brisa!

Como colofón a todo esto que le cuento, quisiera dejar las últimas palabras a quien, con mucha más sensibilidad que yo -¡pobre niña adolescente aún!-, supo penetrar de vida la oscuridad de su tránsito mundano:

              ...Mis ojos pierdo, soñando,
              en el vaho del sendero:
              una flor que se moría,
              ya se ha quedado sin pétalos;
              de una rama amarillenta,
              al aire trémulo y fresco,
              una pálida hoja mustia,
              dando vueltas, cae al suelo.
              ...Y del fondo de la sombra,
              llega, acompasado, el eco
              de alguna agua que suspira,
              al darle una gota un beso.

              (Juan Ramón Jiménez, de ‘Rimas de Sombra’ - Parque Viejo)

                                 


BIBLIOGRAFÍA

Þ   “La Corte Sevillana de los Duques de Montpensier” Vol.I - Banda y Vargas, Antonio (1979).
Þ   “Origen y primeros trabajos de la Exposición Iberoamericana”. Ciaurriz, Narciso (1929).
Þ   Documentación de la Exposición Iberoamericana de Sevilla de 1929 (Hemeroteca Municipal de Sevilla).
Þ   “Plantas y Jardines de Sevilla” - Elías Bonells, José (Delegación de Parques y Jardines, 1983).
Þ   “Los jardines hispano-andaluces y andaluces” - Forestier, Jean Claude Nicolas en Betica Revista Ilustrada nº 43-44, Sevilla, 1915.
Þ   “La Hacienda del Municipio de Sevilla”, Publicaciones de la Universidad de Sevilla, 1976 (Lebón Fernández, Camilo).
Þ   “Aníbal González arquitecto (1876-1929)” - Col. Arte Hispalense, Publicaciones de la Excma. Diputación de Sevilla, 1973.
Þ   “La Exposición Iberoamericana. Origen y gestación de la Magna Empresa”, en ABC, nº 18.105 y 18.108, de 9 y 13 de septiembre de 1961.
Þ   “La Exposición Iberoamericana. La transformación urbana de Sevilla” - Publicaciones del Excmo. Ayuntamiento, 1980.

En Sevilla, hace muchos años